La Escuela de la Paz



Era un lunes soleado en el Colegio San José, donde los alumnos de secundaria comenzaban una nueva semana de clases. En el aula 2B, se desataba una fuerte discusión entre dos amigos, Lucas y Tomás.

"¡No es justo que siempre seas tú el que decide qué jugar después de clases!" - gritó Lucas, visiblemente enojado.

"Pero yo solo quería que todos nos divirtiéramos como el viernes pasado, y vos elegiste el juego, ¡no te quejaste entonces!" - defendió Tomás, con la voz un poco más alta.

Los compañeros comenzaban a murmurar, sintiendo cómo la tensión se apoderaba del aula. La profesora María, siempre atenta a lo que sucedía, entró rápidamente.

"Chicos, ¿qué está pasando aquí?" - preguntó con calma.

Los dos amigos comenzaron a hablar al mismo tiempo, pero María levantó la mano.

"Vamos a hacer una cosa. En lugar de discutir, hagamos una ronda de diálogo. Así podremos entender mejor lo que siente cada uno. ¡Recuerden que pertenecemos a la Escuela de la Paz!" - sugirió.

Los estudiantes se miraron con curiosidad, algunos asentían mientras otros fruncían el ceño. Al ver la confusión, María continuó explicando.

"La justicia restaurativa nos ayuda a resolver conflictos de una forma más pacífica. Vamos a convocar a un círculo de diálogo en el recreo. Cada uno podrá expresar sus sentimientos y buscar acuerdos. ¿Qué dicen?"

Al principio, la idea sonaba un poco rara, pero todos fueron aceptando.

Durante el recreo, en el patio, un grupo se reunió en un semicírculo. María empezó explicando cómo funcionaría el círculo.

"Cada uno va a tener la oportunidad de hablar sin ser interrumpido, mientras sostenga este piedra que representa la 'voz'. Solo quien tenga la piedra podrá hablar. ¿Les parece bien?" - dijo.

Lucas, luego de un suspiro, fue el primero en tomar la piedra.

"Yo me sentí frustrado porque no quiero que siempre decidas tú los juegos. A veces, desearía jugar algo que me guste a mí también."

Tomás lo escuchó con atención y luego fue su turno.

"Eso es cierto, me doy cuenta que no siempre te pregunto. Yo solo quiero que la pasemos bien juntos, pero entiendo que también debés sentirte incluido. Me gustaría que hiciéramos una lista de juegos!" - dijo, sintiéndose más liviano.

"¡Eso estaría buenísimo!" - respondió Lucas, sorprendiendo a todos con su reacción.

Los demás compañeros comenzaron a sumarse al diálogo, compartiendo sus propias experiencias. María los acompañaba con una sonrisa, viendo cómo todos se empezaban a sentir más cómodos.

"A mí me gustaría que una vez a la semana, cada uno de nosotros elija un juego diferente. ¿Qué les parece?" - sugirió Ana, otra compañera del aula.

Los chicos comenzaron a asentir y sonreír. ¡Ese era un gran plan!

Un rato después, todos llegaron a un acuerdo de convivencia: cada viernes, se haría un día de juegos donde se rotarían las elecciones. Así, todos tendrían la oportunidad de elegir lo que les gustaba jugar.

"¡Este es nuestro primer acuerdo de convivencia!" - dijo Mariana, emocionada por lo que habían logrado juntos.

De repente, Juan, que había estado sentado callado, tomó la voz.

"¿Y si hacemos una presentación al resto de la clase sobre lo que aprendimos de este diálogo?"

María sonrió, sintiendo que aquel momento estaba siendo enriquecedor no solo para Lucas y Tomás, sino para todos.

"Me parece una excelente idea, ¿quién se ofrece a presentarlo?" - preguntó Marí.

Sin pensarlo mucho, Lucas levantó la mano.

"¡Yo! Así podemos demostrar que la paz y el diálogo son la solución a nuestros problemas," - dijo orgulloso.

El lunes siguiente, todos se prepararon para su presentación. Hicieron carteles y prepararon un pequeño discurso. Cuando llegó el momento, compartir su experiencia fue emocionante. Atravesaron las emociones hablando del poder del diálogo y la importancia de la convivencia.

La profesora de la clase de al lado quedó tan impresionada que decidió implementarlo en su clase también. Pronto, otros cursos se unieron a la iniciativa y la idea se expandió por todo el colegio.

"Estamos convirtiendo a nuestra escuela en un lugar donde todos pueden sentirse escuchados, y donde los conflictos se resuelven con paz," - dijo María orgullosa.

Los chicos estaban felices y, más importante todavía: aprendieron a resolver sus diferencias de manera pacífica.

Desde ese entonces, en el Colegio San José, los acordaron convivencias se volvieron parte de su rutina, y en aquellos días de juego ya no había malentendidos, solo risas y alegría.

Así, el aula 2B se convirtió en un símbolo de cómo la justicia restaurativa y la convivencia entre compañeros pueden transformar una simple discusión en una gran lección sobre la paz.

FIN.

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