La escuela de los bailes eternos



Era un día soleado en el año 1993 cuando un grupo de entusiastas padres, maestros y niños se reunieron en un pequeño parque del barrio. La alegría y la música resonaban en el aire mientras pensaban en la creación de una nueva escuela. A medida que cada uno compartía sus ideas, recordaron las coreografías que habían marcado sus infancias.

"¡Y si hacemos una escuela donde no solo se aprenda, sino que también se baile!", exclamó Doña Rosa, la profesora de danza del barrio.

"¿Cómo sería eso?", preguntó Mario, un niño curioso con un sombrero rojo.

"Podríamos recordar bailes como los Picapiedras, ¡imagínense, todos en la escuela vestidos de piedra!", rió Ana, una niña de ojos brillantes.

"Pero también podríamos aprender samba de Brasil, cumbia, y hasta la canción de la máscara", se sumó Pablo, moviendo los pies de un lado a otro.

Las risas y las ideas fluyeron como un torrente y, rápidamente, se establecieron las primeras bases de la escuela de los bailes eternos.

Los padres aportaron materiales para construir el aula; mientras tanto, los niños crearon un pasillo de pasos de baile. Uno a uno aportaron sus coreografías favoritas. Así nacieron:

"El Picapiedras Groove" donde hacían el famoso baile con movimientos de roca.

"Samba de Brasil" donde todos llevaban plumas y colores.

"Cumbia Fiesta" con pasos sencillos que todos podían seguir.

"La Canción de la Máscara" con movimientos sorpresivos como en la película.

La escuela abrió sus puertas una semana después, llena de risas, música y muchas ganas de bailar.

Sin embargo, un día, una tormenta se desató, dañando parte del patio donde solían practicar.

"No podremos bailar al aire libre ahora", lamentó Pablo, mirando las goteras.

"No podemos rendirnos", dijo Doña Rosa con voz firme.

"¿Y si hacemos un espectáculo dentro de la escuela?", sugirió Ana. La idea fue un aire fresco en el tormenta de tristeza.

Los días siguientes fueron de trabajo arduo, transformando el aula en un escenario. Se colgaron luces y se hicieron carteles de todos los bailes.

El día del espectáculo llegó y estuvo lleno de sorpresas.

"¡Bienvenidos a la escuela de los bailes eternos!", gritó Mario, mientras la música comenzaba a sonar.

"¡Empecemos con el Picapiedras!", dijo Ana, quien había preparado un disfraz increíble. Cada coreografía traía a un nuevo personaje, el espectáculo se convirtió en un viaje a través del tiempo y los ritmos.

"¡Ahora, la samba de Brasil!", animó Rosa, y todos se movieron al son de la música enérgica.

El público aplaudía tan fuerte que parecía el rugido de un dinosaurio. Luego llegaron el tango, el carnavalito, el rock, y finalmente, la lambada y el candombe, con todo el barrio animado y llenos de color.

Al final del espectáculo, todos estaban empapados de sudor pero radiantes de felicidad.

"Lo hicimos juntos", dijo Doña Rosa con los ojos brillantes.

"No solo aprendimos a bailar, también hicimos amigos", añadió Ana.

Y así, cada año que pasaba, la escuela no solo recordaba sus inicios, sino que también seguía sumando nuevos ritmos y bailes, inaugurando tradiciones que se quedaban en la memoria de todos los que pasaban por allí.

La escuela de los bailes eternos se volvió un lugar donde el saber y el arte se entrelazaban, demostrando que, sin importar la tormenta, el ritmo siempre continúa. Y así, la danza nunca se detuvo.

FIN.

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