La escuela de los objetos mágicos


Había una vez una escuela muy especial en un pequeño pueblo de Argentina. En esta escuela, todo era mágico y los objetos tenían vida propia.

En el salón de clases, la ventana siempre estaba feliz porque le encantaba ver a los niños jugar en el patio durante el recreo. El libro era muy sabio y siempre contaba historias interesantes a los niños. Los niños aprendían mucho gracias a él.

El espejo era coqueto y se pasaba horas mirándose para asegurarse de que siempre estaba perfecto. La mochila era muy valiente y llevaba todas las cosas importantes de los niños con mucho cuidado.

Las cortinas eran curiosas y siempre estaban atentas a lo que ocurría fuera del salón. El balón amarillo adoraba jugar con los niños en el patio, saltando tan alto como podía. La profesora era dulce y amorosa, siempre dispuesta a enseñarles cosas nuevas a sus alumnos.

El botellón les recordaba la importancia de mantenerse hidratados durante las clases. El pizarrón tenía muchas ideas escritas en él, esperando ser descubiertas por los niños con su lápiz mágico. El marcador ayudaba a la profesora a escribir hermosos mensajes motivadores en el pizarrón.

El borrador tenía la misión de borrar todos los errores para dar paso al aprendizaje. Los cuadernos eran amigos inseparables de los lápices, quienes plasmaban las ideas más creativas e imaginativas de los niños.

Los zapatos llevaban a los niños por caminos llenos de aventuras dentro y fuera del colegio. La cartuchera guardaba todos los elementos necesarios para el estudio y la creatividad. Las escobas siempre estaban dispuestas a mantener el salón limpio y ordenado.

El cartón era muy resistente y servía de soporte para los dibujos más coloridos y originales. La lámpara iluminaba las mentes de los niños para que pudieran descubrir nuevos conocimientos.

Las reglas eran amigables, pero también recordaban a los niños la importancia de seguir las normas. Un día, todos estos objetos se dieron cuenta de que faltaba algo en la escuela.

Habían escuchado hablar sobre un niño llamado Tomás, quien vivía en el pueblo pero no iba a la escuela porque no tenía zapatos. Decidieron hacer algo al respecto. Organizaron una reunión secreta en el salón de clases para idear un plan. Finalmente, acordaron juntar dinero entre ellos para comprarle unos zapatos nuevos a Tomás.

Cada uno contribuyó con lo que podía: la ventana dio algunas monedas que había encontrado volando por ahí, el libro vendió algunas páginas llenas de conocimiento importante y los cuadernos ofrecieron sus hojas en blanco como donación.

Después de mucho esfuerzo, finalmente lograron juntar suficiente dinero para comprar unos hermosos zapatos rojos para Tomás. Con mucha emoción, se dirigieron a su casa y le entregaron el regalo sorpresa. Tomás quedó sin palabras al recibir los zapatos.

Se puso tan contento que decidió ir corriendo hasta la escuela para mostrarles a sus nuevos amigos lo feliz que estaba. Desde ese día, Tomás se convirtió en uno más del grupo mágico de objetos de la escuela.

Aprendió muchas cosas gracias al libro, jugó con el balón en el patio y siempre llevaba sus zapatos rojos puestos. La profesora estaba muy orgullosa de todos sus alumnos y les enseñó a valorar la importancia de ayudar a los demás.

Los objetos también aprendieron una valiosa lección: que juntos podían hacer grandes cosas y marcar la diferencia en la vida de alguien. Y así, la escuela mágica siguió siendo un lugar lleno de amor, amistad y enseñanzas para todos los niños que pasaban por allí.

Los objetos continuaron viviendo aventuras junto a ellos, recordándoles cada día lo importante que es ser solidarios y compasivos con los demás.

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