La Escuela de los Sueños
Era una mañana soleada en el pequeño pueblo de Colibrí, donde había una escuela muy peculiar llamada "La Escuela de los Sueños". Esta escuela era conocida por sus divertidas y locas actividades, pero también por su más famoso habitante: el maestro Gruñón, conocido por ser, bueno, ¡un poco gruñón!
Los niños de la escuela no podían esperar para comenzar el día. Entre risas y bromas, llegaron al aula, donde el maestro Gruñón ya estaba esperando con su famoso gorro de cola de pajarito.
"¡Buenos días, grupo!", dijo el maestro Gruñón con un tono que no delataba nada de alegría, "hoy vamos a aprender sobre las nubes".
Los chicos se miraron entre sí, emocionados por lo que vendría. El maestro Gruñón solía hacer que los temas más aburridos se convirtieran en aventuras inolvidables. Pero esta vez, ellos querían hacerle una broma para alegrar un poco su día.
Uno de ellos, Lila, siempre la más alocada, tuvo una idea brillante. Justo antes de que el maestro Gruñón empezara la clase, ella y sus amigos llenaron el aula de globos de colores, cada uno con dibujos y palabras positivas.
"¡Sorpresa!", gritaron los niños al unísono.
"¡Qué... qué es esto!", exclamó el maestro Gruñón, tratando de no sonreír. Era difícil para él mostrar emoción, pero dentro suyo, algo chisporroteaba.
Los globos estaban llenos de mensajes cariñosos como "Hoy es un gran día" y "¡Sonríe, maestro!". Para sorpresa de los niños, el maestro Gruñón comenzó a sonreír, pero solo un poco.
"Está bien, está bien. Pero después de esto, ¡a estudiar!", dijo, aunque su tono sonó menos gruñón.
Así comenzó la clase. Los niños aprendieron sobre las nubes, pero también decidieron que era una buena idea inventar un juego para que el maestro Gruñón también se divirtiera. Lila, junto con sus amigos, propuso un concurso de aviones de papel.
"¡Vamos a hacer aviones y ver cuál vuela más lejos!", sugirió Lila.
El maestro Gruñón, aunque escéptico, aceptó. "De acuerdo, pero ¡solo porque quiero ver cómo vuelan!", murmuró, con una leve sonrisa.
Los niños comenzaron a crear sus aviones de papel, decorándolos con dibujos de nubes y otros elementos de la naturaleza. A medida que lanzaban sus creaciones por el aula, el ambiente se llenó de risas y buenos momentos.
Sin embargo, en medio de la diversión, un niño llamado Diego no podía concentrarse. Su avión no volaba como él quería y se sentía frustrado.
"¡Esto no sirve de nada!", gritó Diego, sintiéndose desanimado.
"¿Sabes?", dijo el maestro Gruñón, acercándose a él, "a veces, las cosas no salen como planeamos. Pero eso está bien. Lo importante es seguir intentándolo".
Diego miró al maestro, sorprendido. Nunca se imaginó que el maestro Gruñón diría algo tan alentador.
"¿De verdad?", preguntó Diego.
"Sí", respondió el maestro, “siempre hay que levantarse y volver a intentar. Eso nos ayuda a mejorar".
Los ojos de Diego se iluminaron. Decidió volver a hacer su avión, esta vez siguiendo los consejos del maestro. Para su asombro, su nuevo avión voló más lejos que todos los demás.
"¡Lo logré!" exclamó Diego, lleno de alegría.
El maestro Gruñón aplaudió con una sonrisa amplia, mientras que el resto de los chicos gritaban emocionados. En ese momento, todos se dieron cuenta de que la escuela no solo era un lugar para estudiar, sino también para aprender a levantarse y hacer frente a los desafíos.
Desde entonces, el maestro Gruñón no solo fue conocido por su carácter... ¡también por ayudar a los niños a encontrar su felicidad! Y juntos, todos aprendieron que, aunque la vida a veces puede ser un poco gruñona, siempre hay espacio para la diversión y la alegría.
"¡Bienvenidos a la Escuela de los Sueños!", dijo el maestro Gruñón con una sonrisa, mientras los niños celebraban y reían juntos, listas para comenzar un nuevo día de aventuras.
FIN.