La Escuelita de Anamercedes



Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, una escuelita que empezó su camino en 1962. Era conocida como la Escuela Unitaria n° 230. Su única maestra, Aida de Lucena, enseñaba a un grupo de niños de 1° a 3° grado en un solo salón. Aunque el lugar era modesto, la pasión de Aida por la enseñanza llenaba las paredes con sueños y risas.

Un día, mientras Aida organizaba unos libros en su escritorio, un rayo de sol entró por la ventana y iluminó el viejo mapa que tenía en la pared.

- “Algún día, mis queridos alumnos, este mapa se llenará de aventuras”, dijo la maestra sonriendo.

Los niños miraron con curiosidad a Aida.

- “¿Aventuras? ¿Cómo? ” preguntó Lucas, un niño con grandes sueños de ser explorador.

- “A través del conocimiento, podemos viajar a cualquier lugar”, respondió Aida con una sonrisa.

Con el paso de los años, la escuelita fue creciendo. En 1984, la institución recibió un nuevo nombre en honor a una insigne educadora, Ana Mercedes González de Mujica. Su legado inspiraba a todos y Aida se sentía orgullosa de formar parte de esa historia. Sin embargo, la escuelita enfrentó un desafío: su antiguo edificio necesitaba reparaciones y la comunidad estaba preocupada.

Una tarde, los padres de los alumnos se reunieron.

- “Nuestra escuelita es importante para la comunidad”, comentó un padre.

- “Pero necesitamos más recursos para mejorarla”, agregó una madre.

Los adultos decidieron organizar una feria para recaudar fondos y Aida, entusiasmada, propuso una competencia de talentos entre los chicos. Mientras organizaban, la escuela se llenó de nuevas ideas y risas. Los alumnos se dividieron en grupos.

- “¡Yo quiero hacer un show de títeres! ”, dijo Valentina con los ojos brillantes.

- “Yo haré un acto de magia”, anunció Tomás, levantando una varita de juguete.

Y así, cada niño eligió su talento y comenzaron a ensayar. El día de la feria, el salón se transformó en un espectáculo. Los padres estaban emocionados viendo a sus hijos brillar. Aida, con una gran sonrisa, observaba cómo la comunidad se unía por una causa tan noble.

- “Estamos demostrando que juntos podemos lograrlo”, exclamó al ver el entusiasmo de todos.

Con el dinero recaudado, comenzaron las reparaciones y mejoras. Cada semana, un grupo de padres y alumnos trabajaban codo a codo. En 1997, la escuelita fue reconocida como una escuela modelo, y todos en Villa Esperanza celebraron.

- “¡Lo logramos! ”, gritó Lucas, recordando el sueño de Aida.

Con el tiempo, la escuelita se transformó en un lugar donde se cultivaban sueños. Cada día, los alumnos seguían llenando las paredes con risas y aprendizajes, y Aida nunca dejó de contagiar su pasión por la enseñanza. Ella siempre decía:

- “Recuerden, pequeños aventureros, el conocimiento es la llave que abre todas las puertas”.

Y así, la escuelita de Anamercedes se convirtió en un faro de esperanza y aprendizaje para todos los chicos del pueblo, donde cada uno podía ser lo que soñara ser. Aida veía la dicha en sus rostros y sabía que la historia de la escuelita continuaría, llena de aventuras por venir.

FIN.

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