La Escultura del Verdadero Sonrisa



Había una vez un escultor llamado Luis que vivía en un pequeño pueblo. Desde niño había sentido una fascinación especial por la risa de los niños. Sus risas eran como música, llenas de vida y alegría. Con el tiempo, Luis decidió que quería capturar esa felicidad en sus esculturas.

"¡Voy a recorrer el mundo y esculpir las sonrisas más bellas!" - exclamó Luis un día, mientras miraba las fotografías de niños felices de diferentes países.

Luis empacó su maleta y se despidió de todos en su pueblo. Viajó a playas soleadas, montañas nevadas y ciudades vibrantes, donde esculpió a niños jugando y riendo. Cada escultura era más increíble que la anterior, y todos admiraban su talento. Sin embargo, a medida que viajaba, comenzó a notar que había muchas otras cosas sucediendo a su alrededor.

Un día, llegó a un pueblo donde una niña llamada Clara estaba sentada en un rincón del parque, con la mirada perdida.

"¿Por qué no juegas con tus amigos?" - le preguntó Luis mientras veía las risas a su alrededor.

"No tengo ganas de jugar..." - respondió Clara, con la voz apagada. "Mi perro se perdió y no sé dónde buscarlo."

Luis sintió un nudo en el estómago, pero decidió seguir con su trabajo. Después de un rato, esculpió una hermosa figura de un niño riendo, pero al mirarlo, le pareció que la escultura no reflejaba la alegría que él deseaba.

Al día siguiente, mientras Luis continuaba su viaje, se encontró en otro pueblo donde había una gran fiesta. Los niños reían y bailaban. Sin embargo, entre risas, notó a un niño llorando en una esquina.

"¿Qué te pasa, pequeño?" - le preguntó Luis.

"No tengo amigos. Todos juegan juntos y a mí nadie me quiere invitar." - respondió el niño mientras limpiaba sus lágrimas.

Luis sintió que su corazón se apretaba. Había estado tan centrado en capturar sonrisas que había ignorado la tristeza y soledad de otros.

Decidió hacer una pausa. Volvió a buscar a Clara y al niño triste.

"¿Sabés qué?" - les dijo. "La verdadera alegría no solo aparece en las risas. A veces, la alegría está en ayudar a quienes se sienten solos o tristes. Vamos a buscar a tu perro juntos, Clara. Y tú, ven con nosotros, podemos jugar todos juntos."

Juntos, comenzaron a buscar el perro. Luis se unió a ellos en el juego, dejando de lado su escultura por un momento. Jugaron, rieron, buscaron y, por fin, encontraron al perro de Clara.

La sonrisa de Clara fue tan brillante que Luis sintió que había esculpido algo aún más precioso que sus esculturas.

"¡Gracias, Luis! Nunca pensé que podría ser tan feliz de nuevo!" - exclamó Clara.

Luis sonrió, comprendiendo que la felicidad era algo que se experimentaba y compartía, no solo una imagen tallada en piedra.

"Lo que verdaderamente importa es la conexión que creamos entre nosotros" - dijo. "Y eso no se puede esculpir, solo se siente."

Al regresar a su hogar, Luis decidió que, aunque seguiría esculpiendo, también dedicaría tiempo a escuchar y jugar con los niños. Aprendió a captar las risas en su vida cotidiana, así como las tristezas que a veces pasaban desapercibidas. De esta manera, sus esculturas reflejaban no solo la felicidad, sino también la calidez de la amistad, la solidaridad y el amor.

Y así, el escultor Luis se convirtió en un maestro de la felicidad auténtica, creando un legado más allá de su arte: un legado de humanidad y empatía.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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