La Estatua del Payaso
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Alegría del Sol, una mágica estatua de un payaso que se encontraba en la plaza central. La estatua, hecha de colores brillantes, siempre sonreía y se decía que traía alegría y risas a todos los que pasaban por allí. Los niños del pueblo le hacían una visita casi todos los días, dejándole flores y caramelos.
Una mañana, Leo, un niño lleno de curiosidad, decidió acercarse más a la estatua. "¿Por qué siempre estás aquí, payaso?" - le preguntó. Para su sorpresa, la estatua cobró vida y sonrió más ampliamente. "¡Hola, Leo! Soy un payaso mágico, estoy aquí para recordarte que siempre hay alegría y risas en tu vida, solo tienes que buscarlas!"
Leo quedó maravillado y emocionado. "¡Guau! Pero, ¿cómo puedo encontrar la alegría?" - inquirió el niño.
El payaso respondió: "La alegría está en cada pequeño momento, en compartir con amigos y ayudar a los demás. Pero además, hay un pequeño reto que debes superar para descubrirla plenamente. ¿Te atreverías?"
Leo, entusiasmado, no dudó: "¡Claro que sí! ¿Cuál es el reto?"
"Debes buscar tres cosas que te hagan reír y tres cosas que hagan reír a los demás. Luego me las contarás y juntos las celebraremos. ¡Pero, cuidado! Las cosas que elijas deben ser genuinas y llenas de amor!" - dijo el payaso, antes de volver a convertirse en estatua.
Leo se fue por el pueblo, pensando en su misión. Primero, se acordó de su hermana Sofía, que siempre le hacía reír con sus caras graciosas. "¡Eso cuenta como una!" - pensó. Luego, decidió visitar a su amigo Tomás, que tenía un talento especial para hacer trucos de magia y que siempre los hacía reír a todos en la escuela. "¡Dos!" - se dijo. Para su tercera elección, pensó en la abuela Rosa, que contaba historias divertidas de su infancia.
"¡Tengo las tres cosas!" - exclamó Leo justo delante de la estatua, después de haberles contado a sus amigos lo que había encontrado.
El payaso, con su mirada chispeante, le dijo: "¡Bien hecho! Ahora vamos a festejar!"
Y así, la plaza se llenó de risas. Cada niño que pasaba se unía al festejo y contaba su propio momento divertido, creando una atmósfera de alegría y unión en el pueblo. Sin embargo, a mitad de la celebración, una nube oscura apareció en el cielo y un fuerte viento comenzó a soplar, dispersando las risas.
Los niños, confundidos, miraban a su alrededor. "¿Qué está pasando?" - preguntó Sofía, apretando la mano de Leo.
El payaso, con su voz fuerte y alegre, intervino: "No te preocupes, pequeños. Esto es solo una prueba. Deben encontrar la alegría incluso en la adversidad. Piensen en lo que los hace reír aún en momentos difíciles. ¿Quién tiene una historia divertida?"
Tomás, con toda su valentía, levantó la mano y comenzó a contar el momento en que había olvidado cómo hacer su truco de magia en frente de la clase. Su historia provocó carcajadas entre todos.
Así, uno a uno, comenzaron a compartir sus propias historias graciosas y la risa volvió a llenar el aire, disipando las nubes. El payaso, satisfecho, les decía: "¡Eso es! La risa les da fuerza, incluso cuando el camino se pone oscuro!"
Cuando la celebración se reanudó y el sol brilló nuevamente, el payaso dijo: "Hoy aprendieron algo muy importante: la alegría no solo se encuentra en los momentos felices, sino que también puede surgir de compartir y recordar lo divertido. Cada uno de ustedes tiene el poder de traer alegría a su vida y a la de los demás."
Desde ese día, Leo y sus amigos continuaron visitando al payaso en la plaza, llevando noticias de risas y alegrías nuevas. Y la estatua del payaso, con su alegre sonrisa, nunca volvió a estar sola.
Así, la historia del payaso mágico se convirtió en un faro de risas y color en Alegría del Sol, recordando a todos que en la risa está la magia de la vida.
FIN.