La estatua del payaso
En un pequeño pueblo llamado Villa Sonrisas, había una estatua de un payaso en la plaza central. Era una figura colorida, con una gran sonrisa y un sombrero de mil colores. Los niños del pueblo solían jugar a su alrededor, pero nadie sabía de dónde había venido la estatua ni porqué estaba allí.
Un día, mientras jugaban, dos amigos llamados Tomi y Lila se acercaron a la estatua.
"¿No es genial?", dijo Tomi. "¡Me encantaría ser un payaso y hacer reír a todos!".
"Sí, pero no sé cómo se hace", respondió Lila pensativa. "Solo veo a los payasos en las fiestas, pero nunca he pensado en ser uno".
En ese momento, la estatua comenzó a brillar suavemente. Tomi y Lila se miraron, sorprendidos.
"¿Viste eso?", exclamó Lila. "¡La estatua está brillando!".
"Vamos a tocarla", sugirió Tomi. Con un poco de miedo, ambos se acercaron y tocaron el pie de la estatua. De repente, una ráfaga de luz salió de ella y los envolvió. Cuando la luz se desvaneció, se encontraron en un circo mágico.
Una carpa enorme y colorida se alzaba frente a ellos. En su interior, había payasos que hacían malabares, trapecistas voladores y animales que hablaban.
"¡Bienvenidos al circo mágico!" dijo un payaso bastante peculiar, que tenía una nariz roja y un enorme sombrero. "Soy Pepín, el payaso de los sueños. Y ustedes están aquí para aprender a hacer reír a la gente".
Tomi y Lila se miraron emocionados.
"¿De verdad podemos aprender?", preguntó Lila, con los ojos brillantes.
"¡Claro! Lo primero que deben saber es que hacer reír no solo es contar chistes, ¡sino también ser creativos! Vamos a empezar con un juego", dijo Pepín.
Los niños participaron en diferentes actividades, como hacer malabares con pelotas y contar chistes. Pepín les enseñó que el secreto para hacer reír era ser auténtico y divertido, y que no debían tener miedo de ser ellos mismos.
"A veces, la mejor risa viene de lo inesperado
FIN.