La estatua que susurra


Había una vez un niño llamado Mateo, un pequeño inquieto y curioso que nunca podía quedarse quieto en ningún lugar. Siempre estaba saltando, corriendo y explorando el mundo a su alrededor.

Sus padres trataban de enseñarle la importancia de estar tranquilo en ciertas ocasiones, pero parecía que Mateo tenía energía infinita. Un día soleado, mientras paseaba por el parque con sus padres, Mateo vio una estatua de una tortuga gigante en medio del césped.

Fascinado por su apariencia tan realista y detallada, no pudo resistirse a acercarse para observarla más de cerca. "¡Mira mamá! ¡Es una tortuga enorme!"- exclamó emocionado. Sus padres sonrieron y le advirtieron:"Ten cuidado, Mateo. No te acerques demasiado".

Pero la curiosidad era más fuerte que las palabras de advertencia. Mateo decidió trepar sobre la espalda de la tortuga gigante para tener una vista panorámica del parque.

Sin embargo, cuando se subió a la estatua, algo extraño ocurrió: poco a poco su cuerpo comenzó a endurecerse hasta convertirse en piedra. Sus ojos se abrieron como platos mientras veía cómo sus brazos y piernas se volvían rígidos e inmóviles. "¡Ayuda! ¡Estoy atrapado!"- gritó desesperadamente.

Sus padres corrieron hacia él alarmados y trataron de liberarlo sin éxito alguno. Fueron llamados los bomberos y hasta llegaron expertos en arte para intentar despegarlo de la estatua, pero nadie podía encontrar una solución. Mateo estaba atrapado y no había forma de liberarlo.

Pasaron los días y el niño se convirtió en una atracción turística del parque. La gente venía a ver al niño convertido en piedra y dejaba flores y mensajes de esperanza. Pero Mateo no se rindió.

Aunque su cuerpo estaba inmóvil, su mente seguía llena de energía e imaginación. Decidió aprovechar esta nueva perspectiva para aprender todo lo que pudiera sobre el mundo que lo rodeaba.

Desde su posición de piedra, observaba cómo las hojas caían durante el otoño, cómo los pájaros construían sus nidos y cómo las mariposas revoloteaban por el aire. Su amor por la naturaleza crecía cada día más.

Un invierno, mientras nevaba copiosamente, un grupo de niños decidió jugar cerca de la estatua de Mateo convertido en piedra. Entre risas y juegos, uno de ellos resbaló sobre el hielo y cayó al lado del niño petrificado.

Al acercarse a él para levantarse, algo increíble ocurrió: la mano del niño tocó accidentalmente la mano petrificada de Mateo. Y como por arte de magia, ambos comenzaron a moverse nuevamente. "¡Mira! ¡Estoy libre!"- exclamó Mateo emocionado mientras abrazaba al otro niño.

Los padres corrieron hacia ellos con lágrimas en los ojos por tan milagroso evento. Pero Mateo sabía que fue gracias a su perseverancia y a no perder la esperanza que logró ser liberado. Desde aquel día, Mateo aprendió a apreciar los momentos de quietud y tranquilidad.

Descubrió que en la calma se pueden encontrar nuevas experiencias y conocimientos. Aprendió también la importancia de disfrutar el presente y valorar cada instante.

Y así, Mateo se convirtió en un niño equilibrado, siempre lleno de energía pero capaz de encontrar momentos para descansar y reflexionar.

Su historia inspiró a muchos otros niños a buscar el equilibrio entre la acción y la calma, recordándoles que siempre hay algo nuevo por descubrir si saben detenerse un momento y observar lo que les rodea.

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