La Estrella Curiosa



Había una vez una pequeña estrella llamada Lía, que brillaba en lo alto del cielo. Cada noche, veía a los niños jugando en la Tierra y deseaba poder conocerlos. Un día, decidió bajar para ver de cerca sus sonrisas. Se deslizó suavemente por un rayo de luz y, al aterrizar en un suave prado, sintió la frescura de la hierba bajo sus brillantes pies.

"¡Wow! ¡Qué lindo se siente!" exclamó Lía, iluminando el lugar con su luz.

Pronto, conoció a un grupo de niños que jugaban a la pelota.

"¡Hola! Soy Lía, la estrella!" se presentó emocionada.

Los niños, sorprendidos, miraron hacia arriba.

"¡Una estrella! ¡No puede ser!" gritó Mateo, el más aventurero del grupo.

Pero Lía les sonrió desde el suelo, iluminando el día con su brillo.

"Vine a jugar con ustedes. ¡Quiero conocer la Tierra!" dijo con entusiasmo.

Los niños, al principio incrédulos, pronto comenzaron a reír y a invitarla a unirse a sus juegos. Jugaron a la pelota, corrieron por el campo y se divirtieron juntos. Lía estaba encantada de poder jugar con sus nuevos amigos.

Sin embargo, a medida que avanzaba el día, Lía comenzó a notar algo extraño. La risa de los niños se tornaba preocupante.

"¿Por qué están tan serios?" preguntó, parándose en medio del juego.

"Es que el cielo está muy nublado y ya no brillas como antes. Quizás sea hora de que regreses a tu hogar", dijo Sofía, una niña muy sabia.

Lía, aunque quería seguir jugando, comprendió que no debía estar demasiado tiempo en la Tierra. Se sintió triste, pero al mismo tiempo sabía que debía ser responsable.

"Está bien, pero no quiero que pierdan la esperanza. Deben seguir sonriendo y jugando, ¿sí?" dijo Lía con una voz suave.

Justo en ese momento, el viento sopló y dispersó las nubes. De repente, un resplandor brilló en el cielo. Era Lía, iluminando el horizonte nuevamente.

"¡Miren! Ella está volviendo a brillar!" gritó Mateo, saltando de alegría.

"Siempre que mires al cielo y veas a una estrella brillar, ¡estaré aquí cuidándolos!" les prometió Lía, mientras ascendía.

Gracias a su visita, los niños aprendieron que, aunque Lía era una estrella y ellos eran humanos, siempre podían brillar con su propia luz. De este modo, decidieron hacer de cada día un motivo para sonreír y jugar juntos.

De regreso en el cielo, Lía continuó brillando con más intensidad que nunca, recordando esa hermosa amistad y el poder de la alegría. Desde entonces, cada vez que los niños miraban hacia arriba, sabían que Lía estaba allí, cuidándolos y llenando el cielo de luz. La Tierra y el cielo siempre estarían conectados, y juntos podían crear magia a través de la amistad.

Y así, Lía se convirtió en la estrella más feliz del universo, porque sabía que el verdadero brillo viene del amor y la alegría compartida.

FIN.

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