La Expedición Galáctica de la Escuela Aurora
Era un día soleado en la Escuela Aurora y los estudiantes estaban sentados en el patio, soñando con nuevas aventuras. Renata, una niña curiosa con un libro de astronomía en sus manos, miró hacia el cielo y exclamó:
"¡Quiero conocer otros mundos!"
Sus compañeros, Federico y Samira, la miraron intrigados.
"¿Otros mundos? ¿Te referís a otro país?" preguntó Federico.
"No, a otros planetas, a la Luna, a las estrellas," dijo Renata, emocionada.
Samira, que siempre había sido buena en construir cosas, levantó la vista y dijo:
"¿Y si hacemos una nave espacial?"
Los tres amigos se miraron, sus ojos brillaban de emoción.
"¡Sí!", gritaron al unísono.
Al día siguiente, después de clases, se reunieron en el taller de manualidades de la escuela. Con cajas de cartón, cinta adhesiva y mucha creatividad, comenzaron a construir su nave espacial.
Renata tenía un plano dibujado en su cuaderno, mientras que Federico hacía los motores con botellas de plástico y Samira diseñaba el control con botones de colores.
Después de varias horas de trabajo en equipo, la nave estaba lista. Era colorida, llena de estrellas dibujadas y, sobre todo, con un gran letrero que decía "NAVE AURORA".
"Es perfecta", dijo Samira, mirando su creación.
"¿Vamos a probarla?", preguntó Federico.
"Aún no, necesitamos un plan de vuelo", respondió Renata.
Los tres amigos se sentaron a pensar en cómo harían su gran viaje a otros mundos. Decidieron que cada uno elegiría un planeta para visitar.
Renata eligió Marte porque había leído que había hielo en sus polos. Federico se emocionó con Júpiter, el más grande de todos, mientras que Samira quería conocer Saturno y sus anillos.
Pero el día del lanzamiento, algo inesperado sucedió.
Mientras estaban en el patio listos para despegar, su compañera Ana, que había estado observando en silencio, se acercó.
"¿Puedo ir con ustedes?" preguntó, mostrando su gran curiosidad.
"¿Pero sabes algo de planetas?" inquirió Federico.
"Sí, he estado leyendo a escondidas. Además, tengo ideas para hacer que la nave sea más rápida", respondió Ana.
Los demás se miraron y decidieron que era una gran idea invitarla. Así que fueron al taller, hicieron algunos cambios en la nave y contruyeron un pequeño cohete adicional para Ana.
"¡Ahora sí que estamos listos!", dijo Renata.
Se subieron a la nave, contaron hasta tres y, con la ayuda de su imaginación, comenzaron el vuelo. En sus mentes, atravesaron galaxias hasta llegar a Marte.
Cuando aterrizaron en su planeta elegido, encontraron un curioso paisaje.
"¡Miren esas montañas de arena roja!", dijo Samira, mientras salían de la nave.
"Y hay hielo, ¡como lo había leído!", exclamó Renata.
De repente, lo que parecía ser un montón de rocas se movió. Era un pequeño robot que se acercó arrastrándose sobre la arena.
"¡Hola! Soy R-44, el guardián de Marte. ¿Qué hacen aquí?" preguntó el robot.
"Vinimos a conocer otros mundos", respondió Federico, un poco sorprendido.
R-44 sonrió y les mostró los secretos de Marte: cuevas de hielo, plantas extrañas y un cielo lleno de estrellas. Cada niño quedó encantado, descubriendo que había mucho más que aprender.
"Y ahora, ¿a dónde vamos?", preguntó Ana, ansiosa.
"A Júpiter", gritó Federico, entusiasmado.
Y así, a bordo de su nave renovada, emprendieron el viaje hacia Júpiter. Al llegar, no podían creer lo que veían. Gigantescas tormentas giraban a su alrededor, bailarinas de colores en el cielo.
"¡Esto es increíble!", exclamó Renata, llena de emoción.
"Si viajamos juntos, podemos aprender más", añadió Samira.
Finalmente, decidieron que su próxima parada sería Saturno. La belleza de sus anillos deslumbró a todos.
"¿Pueden ver lo brillantes que son?", dijo Ana.
"¡Y son de hielo!", agregó Federico.
La aventura continuó y cada nuevo planeta les enseñó algo diferente sobre el universo: la importancia del trabajo en equipo, la curiosidad, la amistad y lo maravilloso que es aprender juntos.
Al final de la jornada, regresaron al patio de su escuela, llenos de ideas y sueños.
"Deberíamos hacer una exposición sobre lo que aprendimos", sugirió Samira.
"¡Sí! Todos en la escuela deberían conocer los otros mundos", respondieron al unísono.
Así que, inspirados por su viaje, los niños se pusieron a trabajar en la exposición, haciendo maquetas, dibujos y hasta presentaciones, mostrando que la búsqueda de nuevos mundos no siempre tiene que ser física, sino que también puede ser a través del aprendizaje y la imaginación.
Desde ese día, la Escuela Aurora se convirtió en un lugar donde todos los chicos y chicas soñaban con otros mundos y trabajaban juntos para descubrirlos, recordando siempre que la verdadera aventura es el conocimiento compartido.
FIN.