La Familia de Voluntarios


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, donde vivía una familia muy especial. En la casa de los Fernández, la mamá se llamaba Marta y el papá se llamaba Juan.

Tenían tres hijos: Lucas, Sofía y Mateo. Un día, la mamá Marta recibió una carta de la parroquia del pueblo pidiendo voluntarios para ayudar en las clases de catequesis.

Marta sintió que era una oportunidad perfecta para involucrar a toda la familia en algo importante y decidió proponerlo en la cena. "¡Familia! Tengo algo emocionante que proponerles", dijo Marta con entusiasmo. "¿Qué pasa, mamá?", preguntó Sofía curiosa.

Marta les contó sobre la carta y les explicó lo importante que era comprometerse en la formación religiosa de sus hijos y apoyar a los catequistas en su labor. Les propuso que juntos pudieran colaborar como voluntarios en las clases de catequesis. "¡Qué buena idea, mamá!", exclamó Lucas emocionado.

"Sí, sería genial poder ayudar y aprender más sobre nuestra fe", agregó Mateo entusiasmado. Así fue como los Fernández se convirtieron en voluntarios de catequesis.

Cada semana, después de la escuela, iban juntos a preparar las clases, organizar actividades y acompañar a los niños en su aprendizaje sobre valores y creencias importantes. Con el tiempo, notaron cómo esta experiencia no solo beneficiaba a los niños que asistían a las clases, sino también a ellos como familia.

Se sentían más unidos compartiendo ese tiempo juntos y descubriendo nuevos aspectos de su fe que antes no habían explorado. Una tarde mientras estaban preparando una actividad especial para el Día del Niño Jesús, llegó un niño nuevo a clase.

Se llamaba Julián y parecía tímido e inseguro al principio. Los Fernández decidieron acercarse a él y hacerle sentir bienvenido. "Hola Julián, soy Lucas ¿Quieres ayudarnos a decorar estas tarjetas?", dijo Lucas con amabilidad. Julián sonrió tímidamente pero luego se animó a participar.

Poco a poco fue integrándose al grupo gracias al apoyo de los Fernández y pronto se convirtió en uno más de ellos. El día del evento llegó y todos estaban emocionados por compartir lo aprendido con sus familias.

Los padres llegaron orgullosos de ver todo el esfuerzo puesto por los niños y también por los Fernández al apoyarlos en este proceso educativo-religioso tan valioso para todos.

Al finalizar el evento, Julián se acercó tímidamente hacia Marta y le entregó una tarjeta hecha por él con un mensaje especial:"Gracias por enseñarme lo importante que es tener fe y por hacerme sentir parte de esta gran familia".

Marta sintió cómo sus ojos se llenaban de lágrimas al leer esas palabras tan sinceras. Sabía entonces que habían tomado la decisión correcta al comprometerse en la formación religiosa no solo de sus hijos sino también de otros niños como Julián que necesitaban amor y guía en sus vidas.

Desde ese día, los Fernández continuaron siendo voluntarios activos en las clases de catequesis, sabiendo que estaban sembrando semillas importantes no solo en la vida de esos niños sino también en la suya propia.

Y así Villa Esperanza siguió siendo un lugar donde el compromiso con la fe y el apoyo mutuo eran valores fundamentales para todas las familias del pueblo.

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