La Farola de los Deseos



En un pequeño barrio de Buenos Aires había un colegio muy especial, pero no por lo que enseñaban en sus aulas, sino por una farola mágica que se encontraba justo en la entrada. Todos los niños la conocían como "La Farola de los Deseos". Se decía que en determinadas noches, al tocar el poste de la farola y hacer un deseo, este podría hacerse realidad.

Un día, una niña llamada Lucía, que era nueva en el colegio, escuchó a sus compañeros hablar sobre la farola. 

"¿Es verdad que concede deseos?" - preguntó Lucía, con su voz suave.

"¡Claro!" - exclamó Tomás, un chico un poco travieso. "Yo deseé que mi perro aprendiera a hacer trucos, y ahora salta a través de aros como un profesional!"

"Yo pedí un día sin tarea y lo conseguí!" - agregó Valentina, llena de alegría.

Intrigada, Lucía decidió que tenía que probrar. Esa noche, con un brillo en los ojos, se acercó a la farola. La luna iluminaba con su luz plateada y Lucía tocó el poste con delicadeza.

"Deseo ser la mejor jugadora de fútbol del colegio" - murmuró.

Al día siguiente, Lucía se despertó sin saber que su deseo se había hecho realidad. En el recreo, cuando la profesora organizó un partido, sintió que el balón se movía más cercano a ella, como si reconociera su deseo.

"¡Vamos, Lucía! Marcá un gol!" - la alentaban sus compañeros.

Con cada pase, Lucía se sorprendía de su habilidad. Sin embargo, a medida que pasaban los días, se dio cuenta de que había algo extraño.

"No puedo estar siempre en el centro de atención" - pensó. "Es como si el deseo me empujara a ser la mejor, pero yo solo quiero disfrutar el juego."

Así que una noche decidió volver a la farola, esta vez para desear algo diferente.

"Deseo compartir mi talento con mis amigos y que todos podamos jugar juntos y divertirnos".

Al siguiente partido, todo cambió. Lucía fue capaz de jugar bien, no solo haciendo goles, sino ayudando a sus compañeros a hacerlo también.

"¡Eso es, Valentina! ¡Aprovechá la oportunidad!" - le gritó con entusiasmo.

El equipo jugó como nunca, se rieron, compartieron buenas jugadas y disfrutaron del momento.

"¡Gracias, Lucía! No sabía que podríamos divertirnos tanto" - dijo Tomás.

"Es mágico jugar juntos, ¿no?" - respondió Lucía, sonriendo.

Con el paso del tiempo, la farola se convirtió en un símbolo de unión para todos los chicos del colegio. Aprendieron que los deseos no siempre tenían que ser para uno solo, sino que podían transformar el momento en algo especial para todos.

La historia de Lucía y la farola se siguió contando en el colegio. Así, la farola de los deseos les enseñó que lo más importante no es ser el mejor, sino disfrutar, compartir y crecer juntos.

FIN.

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