La feria de los sueños
Había una vez, en un tranquilo barrio de Buenos Aires, una niña llamada Ana. Era una niña alegre y creativa, pero tenía una peculiaridad que la hacía diferente a los demás: hablaba con sus muñecas.
Desde muy pequeña, Ana encontró en sus muñecas su mejor compañía. Pasaba horas y horas jugando con ellas, inventando historias y compartiendo secretos.
Pero había algo que preocupaba a Ana: la gente del barrio no entendía por qué ella hablaba con sus muñecas. "¡Mira cómo juega esa niña rara!", decían algunos vecinos mientras señalaban a Ana con desaprobación. Pero Ana estaba decidida a no dejar que esos comentarios negativos afectaran su felicidad.
Sabía que hablar con sus muñecas era algo especial para ella y eso era lo único que importaba. Un día, mientras paseaba por el parque con sus muñecas, Ana se encontró con un anciano sabio llamado Don Manuel.
Este hombre había viajado por todo el mundo y tenía muchas historias interesantes para contar.
Don Manuel notó la tristeza en los ojos de Ana y se acercó amablemente:"Hola, pequeña ¿qué te preocupa?"Ana miró al anciano tímidamente y le confesó:"La gente del barrio me llama rara porque hablo con mis muñecas". Don Manuel sonrió comprensivamente:"Querida niña, tú eres única y especial. No debes preocuparte por lo que piensen los demás. Si hablar con tus muñecas te hace feliz, entonces está bien".
Las palabras de Don Manuel llenaron de alegría el corazón de Ana. Comprendió que no había nada malo en tener una imaginación desbordante y disfrutar de la compañía de sus muñecas.
Con su nueva confianza, Ana decidió compartir su amor por las muñecas con los demás. Organizó una feria en el barrio, donde invitó a todos los niños a traer sus juguetes favoritos para jugar juntos. La feria fue un éxito rotundo.
Los niños se divirtieron como nunca antes y descubrieron que cada uno tenía algo especial que ofrecer al mundo. A partir de ese día, Ana se convirtió en una leyenda del barrio. Todos la admiraban por su valentía y creatividad.
Las personas aprendieron a aceptar y respetar las diferencias de cada uno. Ana demostró que no hay nada malo en ser diferente, siempre y cuando nos haga felices y no lastimemos a los demás.
Y así, mientras crecía, Ana siguió hablando con sus muñecas sin importarle lo que pensara la gente. Porque sabía que esa conexión especial con sus juguetes le recordaba lo maravilloso que es tener una imaginación llena de magia y sueños por cumplir.
Y colorín colorado, esta historia ha terminado pero seguirá inspirando a muchos pequeños soñadores como Ana a ser ellos mismos sin temor al qué dirán.
FIN.