La fiesta de la amistad


En un tranquilo pueblo llamado Villa Esperanza vivía Ana, una joven muy estudiosa, respetuosa y extremadamente inteligente. Ana pasaba la mayor parte de su tiempo leyendo libros y estudiando para obtener las mejores calificaciones en la escuela.

A pesar de ser tan brillante, Ana se sentía sola muchas veces. Pensaba que no tenía amigas con quienes compartir sus alegrías y tristezas.

En el colegio, solía estar sola en el recreo mientras los demás chicos jugaban y reían juntos. Un día, durante una clase de matemáticas, la maestra propuso hacer un trabajo en parejas.

Todos los estudiantes buscaron a sus amigos para formar equipos, pero Ana se quedó en su lugar sin que nadie la eligiera como compañera. Eso entristeció mucho a Ana, quien sintió que nadie quería estar con ella por ser tan aplicada.

Al terminar la clase, Martina, una niña tímida y dulce del salón, se acercó a Ana tímidamente y le dijo: "¿Quieres ser mi compañera para el trabajo?". Ana asintió sorprendida y emocionada al mismo tiempo. Juntas empezaron a trabajar en el proyecto asignado por la maestra. Los días pasaron y Martina demostró ser una gran amiga para Ana.

Poco a poco, otras personas del colegio también se acercaron a ella para conversar o pedirle ayuda con las tareas escolares. Ana comenzó a darse cuenta de que tenía más amigos de los que creía.

Un viernes por la tarde, mientras caminaba por el parque pensando en todo lo sucedido recientemente, escuchó risas detrás de unos arbustos.

Se acercó curiosa y descubrió que un grupo de niños del colegio estaban preparando una sorpresa para ella: ¡una fiesta de cumpleaños adelantada! Ana no podía creerlo. Se emocionó tanto que las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos.

Todos los chicos le explicaron que sabían lo importante que era su cumpleaños pero también sabían cómo estaba sintiéndose últimamente; querían recordarle lo especial que era para ellos. Esa noche fue mágica para Ana: cantaron canciones, comieron torta e incluso bailaron juntos bajo las estrellas.

Ana se sintió profundamente feliz al darse cuenta de cuánto cariño había a su alrededor sin siquiera saberlo. Desde ese día en adelante, Ana valoró cada gesto de amabilidad y cariño hacia ella.

Aprendió que no siempre es necesario tener muchos amigos superficiales sino contar con verdaderos amigos que te acepten tal como eres. Y así fue como Ana descubrió que no estaba sola en absoluto; tenía muchas personas maravillosas dispuestas a acompañarla en cada paso de su vida.

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