La Fiesta de la Lluvia
Un día soleado en el pequeño pueblo de Marisol, la familia Pérez decidió que era el momento perfecto para disfrutar de una cena en la playa. Prepararon un picnic con tortillas, empanadas y su postre favorito: doraditos de dulce de leche. Al llegar a la orilla, se acomodaron sobre la arena, disfrutando de la brisa del mar y el sonido de las olas.
-Mirá, mamá, ¡qué hermosa está la playa hoy! - dijo Lucho, el más pequeño de la familia, mientras corría hacia el agua.
-¡Sí, es un día perfecto para disfrutar en familia! - respondió su hermana Clara, mientras extendía una manta sobre la arena.
Mientras la familia comía y reía, de repente, el cielo empezó a oscurecerse y las nubes se arremolinaron. Sin previo aviso, comenzó a llover a cántaros.
-¡Oh, no! ¡La lluvia arruinó nuestra cena! - exclamó papá Fernando, mientras trataba de proteger los alimentos con sus brazos.
Pero en vez de entrar en pánico, todos levantaron los brazos al cielo y comenzaron a bailar, imitando los movimientos de un alegre baile colombiano que habían aprendido en una fiesta anterior.
-¡Mirá cómo llueve! ¡Es hora de la Fiesta de la Lluvia! - gritó Clara entre risas.
La familia empezó a reír y a moverse al ritmo de la lluvia. Saltaban, giraban y se lanzaban pequeñas gotas entre ellos, convirtiendo lo que podría haber sido un mal momento en el inicio de una gran aventura. Decidieron que la lluvia no sería un obstáculo, sino una oportunidad para divertirse aún más.
-¡Vengan, hay que hacer un concurso de saltos! - sugerió Lucho con entusiasmo. Todos asintieron y se colocaron en una fila para ver quién podía saltar más alto.
La lluvia continuaba, pero ellos no dejaban que eso los detuviera. Papá Fernando, que también era un gran fotógrafo, pensó en capturar esos momentos tan divertidos.
-¡Sonríen, familia! ¡Vamos a hacer la mejor foto del día! - dijo mientras apuntaba su cámara hacia ellos. El flash iluminó la escena, justo en el momento en que Lucho caía de un salto y salpicaba a su hermana Clara.
Los momentos siguieron, y así, entre risas, bailes y juegos, se dieron cuenta de que la lluvia no solo acompaña a la hora de la cena, sino que también puede ser motivo de felicidad. Al final, se sentaron sobre la arena, empapados pero contentos.
-¡Eso fue increíble! ¡Nunca imaginé que podría ser tan divertido! - comentó Clara, resistiendo una carcajada al recordar los saltos.
-¿A quién le importa mojarse? La vida es más hermosa así, llena de sorpresas- contestó mamá Ana, feliz de ver a su familia tan unida.
De repente, la lluvia fue disminuyendo y un hermoso arcoíris apareció en el horizonte.
-Mirá, papá, ¡es un arcoíris! ¡Hicimos una fiesta del agua, y ahora somos parte de una pintura! - dijo Lucho, maravillado.
-Así es, mi amor. Esto nos enseña que a veces, las cosas no salen como las planeamos, pero podemos hallar la alegría en cualquier momento- le respondió su papá con una sonrisa.
Decidieron que a partir de ese día, cada vez que lloviera durante una cena en la playa, tendrían su propia Fiesta de la Lluvia. Se dieron cuenta de que lo más importante no era lo que hacían, sino disfrutar juntos, en cada momento, haga sol o llueva.
Con el arcoíris brillando sobre ellos, la familia regresó a casa con recuerdos que atesorarían para siempre, y la certeza de que cada día trae su propia magia, solo es cuestión de saber mirar.
Y así, cada vez que caía la lluvia, se levantaban los brazos al cielo, listos para bailar al ritmo de la vida.
FIN.