La fiesta de las cruces
En un barrio muy colorido y alegre, todos los niños esperaban con ansias la llegada de la fiesta de las cruces. Era una tradición que se celebraba cada año, llena de juegos tradicionales y diversión. Los niños se preparaban durante semanas, decorando cruces con flores y guirnaldas, listos para mostrarlas en un desfile y competir por el premio a la cruz más hermosa.
El día de la fiesta finalmente llegó y el barrio se llenó de risas y música. Los niños corrían de un lado a otro, participando en carreras de embolsados, saltando la soga y jugando a la rayuela. Todos estaban emocionados, pero Mateo, un niño tímido y callado, se sentía un poco inseguro. Él no era muy bueno en los juegos y siempre se quedaba atrás.
- ¿Por qué estás tan triste, Mateo? - preguntó su amiga Sofía.
- No soy bueno en ningún juego, siempre pierdo - respondió Mateo con tristeza.
- No importa si ganas o pierdes, lo importante es divertirse y hacer lo mejor que puedas. Vamos, te enseñaré a saltar la soga como un pro.
Sofía ayudó a Mateo a mejorar sus habilidades en los juegos, motivándolo a no rendirse y a disfrutar cada momento. Con el tiempo, Mateo se volvió más confiado y demostró que, aunque no ganara siempre, podía divertirse y hacerlo lo mejor posible.
Llegó el momento del desfile de cruces, donde los niños mostraban sus hermosas creaciones. A pesar de las dudas iniciales, Mateo había trabajado con esmero en su cruz y, para su sorpresa, ganó el premio a la cruz más creativa. Estaba tan feliz que no podía creerlo.
- ¡Felicidades, Mateo! - lo felicitó Sofía emocionada.
- ¡Gracias, Sofía! Esto demuestra que no siempre tienes que ser el mejor en todo, sino hacer lo que amas con pasión.
La fiesta de las cruces demostró a Mateo y a todos los niños que la diversión y la amistad son más importantes que ganar. Aprendieron a valorar el esfuerzo y la pasión por lo que hacían, convirtiendo la tradición en un momento inolvidable cada año.
FIN.