La Fiesta de las Estrellas



Había una vez, en un pueblito lleno de colores, una niña llamada Luna. Luna era muy curiosa y le encantaba jugar en el campo. Tenía una sonrisa tan grande que iluminaba todo a su alrededor. Pero a veces, Luna se sentía un poquito insegura y pensaba que no era tan especial como los demás.

Un día, mientras estaba jugando en la plaza, vio un cartel que decía: 'Gran Fiesta de las Estrellas, el próximo sábado, ¡todos están invitados!'

Luna se emocionó mucho y corrió a su casa.

- Mamá, mamá, quiero ir a la Fiesta de las Estrellas - dijo Luna, saltando de alegría.

- ¡Claro que sí, mi amor! Pero, ¿por qué te emociona tanto? - preguntó su mamá.

- Porque allí podré ver a mis amigos, habrá juegos y muchas sorpresas - respondió ella.

El día de la fiesta llegó y Luna estaba nerviosa.

- ¿Y si no le gusto a nadie? - se preguntó mientras se miraba al espejo.

- Luna, vos sos especial. Siempre has divertido a todos con tus risas - le dijo su mamá, acariciándole el pelo.

- Pero hay muchas niñas y niños que hacen cosas increíbles... - murmuró.

- Cada uno tiene su brillo, cariño. No te compares. Se vos misma - le sonrió su mamá.

Con el corazón un poco más tranquilo, Luna se fue a la fiesta. Cuando llegó, ¡qué colorido era todo! Había luces brillantes, música alegre y muchos niños jugando. Luna, aunque la emoción la llenaba, se sentía un poco tímida y se quedó a un lado hasta que, de repente, vio a su amigo Max.

- ¡Luna! - gritó Max.

- ¡Max! - respondió ella, corriendo hacia él.

- ¡Vamos a jugar a la búsqueda del tesoro! - le dijo Max, tomándola de la mano.

Juntos se unieron a otros niños, y al empezar el juego, Luna descubrió que era muy buena encontrando pistas.

- ¡Luna, sos increíble! - la elogió una niña que conocía.

- ¿De verdad? - preguntó con sorpresa.

- Sí, ¡vos siempre encuentras las pistas más rápido que todos! - respondió la niña.

A medida que avanzaba la fiesta, Luna participó de diferentes juegos: saltó en un inflable, pintó dibujos con sus amigos y comió un montón de pochoclo. Lo que más disfrutó fue una competencia de baile.

- ¡Vamos a bailar, Luna! - gritó una niñita.

- ¡Sí! - respondió Luna, aun sintiendo un cosquilleo en la panza.

Al comenzar la música, Luna no pudo resistirlo. Comenzó a bailar con energía y con su mejor sonrisa.

- ¡Mirá cómo se mueve! - comentaron los demás.

- ¡Ella es la mejor! - exclamó un niño.

Luna sintió que las mariposas en su estómago se transformaban en fuegos artificiales de alegría.

Cuando la fiesta llegó a su fin, el organizador de la fiesta, un señor mayor con barba, se subió al escenario y dijo:

- Yo quiero agradecerles a todos por venir. Cada uno de ustedes es una estrella especial en esta fiesta. Recuerden siempre que cada uno brilla de manera única.

Y en ese momento, Luna se dio cuenta de algo importante.

- ¿Ves, mamá? - dijo corriendo hacia ella al final de la fiesta, - todos somos especiales a nuestra manera.

- Exactamente, mi vida. Y cada vez que te sientas insegura, recuerda que sos una estrella que brilla con luz propia.

- ¡Gracias, mamá! - sonrió Luna, sintiéndose más segura y feliz.

Desde aquel día, Luna comprendió que, aunque a veces podía sentirse un poco diferente, tenía dentro de sí misma una chispa única. Y nunca olvidó que lo importante era sentirse bien consigo misma y disfrutar de cada momento con autenticidad.

Y así, cada vez que se miraba al espejo, no sólo veía a una niña, ¡veía una estrella brillante lista para brillar en el cielo del mundo!

Desde entonces, Luna no solo fue a la Fiesta de las Estrellas, sino que se convirtió en la protagonista de su propia historia, compartiendo su brillo y haciendo que otros también sintieran su luz.

FIN.

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