La Fiesta de los Recuerdos



En el tranquilo pueblo de Florancielo, donde las calles estaban llenas de coloridas flores y los árboles bailaban al ritmo del viento, vivía un niño llamado Mateo. A pesar de su corta edad, Mateo tenía una pasión inigualable por la música y la danza. Cada tarde, al regresar de la escuela, salía al jardín de su abuela Clara, una anciana llena de historias y recuerdos.

"Abuela, cuento que hoy aprendí una nueva canción en la escuela!" exclamó Mateo, con los ojos brillantes de emoción.

"¿Así que querés compartirla conmigo?" respondió Clara, sonriendo con ternura. "Las canciones tienen el poder de enlazarnos a las historias de nuestra familia. ¿Sabías que tu bisabuelo también cantaba?".

Mateo, intrigado, miró a su abuela. "¿En serio? Nunca me contaste eso. ¿Por qué?"

Clara suspiró suavemente. "Porque a veces olvidamos lo valioso que es compartir nuestras historias. Cada canción que cantamos guarda una parte de nuestra historia."

Decidido a descubrir más, Mateo le pidió a su abuela que le contara sobre su bisabuelo.

"Tu bisabuelo se llamaba Julián. Era un gran cantor en las fiestas del pueblo. Siempre decía: 'Dichoso el que canta y baila con amor'. A través de sus canciones, unía a la gente. ¡Eran tiempos de alegría!".

Inspirado por las palabras de su abuela, Mateo decidió organizar una gran fiesta en el pueblo, recordando las tradiciones de su familia y celebrando a los ancianos, quienes guardaban las historias de su comunidad.

Con la ayuda de sus amigos, Mateo comenzó a preparar todo. Hicieron carteles llenos de colores y ensayaron canciones que su abuela le había enseñado. Pero a medida que se acercaba la fecha de la fiesta, algunos vecinos comenzaron a dudar.

"Mateo, ¿para qué hacer una fiesta si la gente está ocupada? Ninguno vendrá", le dijo su amigo Tomás, algo desanimado.

"¡No podemos rendirnos!" respondió Mateo. "Las historias de nuestros abuelos merecen ser escuchadas. ¡Invitemos a todos!".

Finalmente, llegó el día de la fiesta y todo estaba listo: había música, baile y comida deliciosa. Al principio, no se veía mucha gente, pero entonces comenzaron a llegar los ancianos del vecindario, cada uno con su historia y su canción.

"Yo recuerdo cuando cantábamos en la plaza...", empezó una señora con voz temblorosa, pero llena de emoción. Y así, poco a poco, más y más personas comenzaron a congregarse.

Mateo subía al escenario y cantaba con alegría, agradecido por cada mirada, cada risa. La plaza se llenaba de palmas y sonrisas, los abuelos contaban anécdotas y los niños bailaban. La conexión entre generaciones florecía, y en el aire flotaba la magia de la música y la danza.

Cuando la fiesta llegó a su fin, Mateo sintió una profunda satisfacción. Había logrado unir a su comunidad y recordar la importancia de las historias que traían consigo los ancianos.

"Gracias, Mateo", le dijo su abuela, mientras abrazaba al niño. "Has hecho más que una fiesta. Has reunido el pasado y el presente. Cada canción, cada baile, guarda una historia. ¡Nunca olvides eso!".

Desde ese día, Mateo continuó organizando fiestas anuales, celebrando la música, el amor y la historia. Y así, en Florancielo, todos aprendieron a valorar las historias que llevaban dentro. Porque cantar y bailar no solo era un acto de diversión, sino una forma de recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Por siempre, en el recuerdo de los habitantes de Florancielo, resonaría la frase: "Dichoso el que canta y baila con amor, expresando profundamente sus emociones sin olvidarse de su historia".

FIN.

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