La Fiesta de los Sabores
Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Colores, donde vivían niños de diferentes culturas. Cada uno de ellos traía sus propias costumbres, historias y, por supuesto, su comida. Había una niña llamada Sofía, que adoraba la pasta italiana que hacía su mamá, y un niño llamado Mateo, que siempre compartía sus empanadas argentinas. También estaban Lila, que venía de México, y preparaba tacos deliciosos, y Ahmed, que disfrutaba de los sabrosos kebabs de su familia.
Un día, la maestra de la escuela, la señora López, anunció un concurso de talentos.
"¡Vamos a hacer una gran fiesta el último día de clases! Cada uno traerá un plato típico de su cultura y nos contarán sobre su historia", dijo con una sonrisa.
Los niños estaban emocionados y comenzaron a planear lo que llevarían. Sofía decidió hacer espaguetis con salsa, Mateo se encargó de las empanadas, Lila iba a traer sus famosos tacos y Ahmed prometió los kebabs. Pero luego, se dieron cuenta de que había algo que no estaban teniendo en cuenta.
"¿Y si a los demás no les gusta nuestra comida?", preguntó Sofía, nerviosa.
"Sí, y si no comprenden nuestras tradiciones o piensan que son raras", agregó Lila, preocupada.
Entonces, Mateo dijo:
"Eso está bien. Cada uno tiene su propio gusto, pero eso es lo lindo: podemos compartir nuestras costumbres y aprender de los otros."
Así que los niños decidieron no solo cocinar, sino también contar las historias detrás de sus platillos. El día de la fiesta, el salón escolar se llenó de deliciosos aromas y risas. Cada uno presentó su plato y explicó su significado.
Sofía, con la ayuda de su mamá, explicó cómo la pasta era un legado de su abuela.
"- La abuela siempre decía que estos espaguetis estaban llenos de amor y que cada bocado contaba una historia", compartió Sofía, mientras los niños probaban su comida.
Mateo habló de la tradición familiar de las empanadas, mientras que Lila mostró cómo hacer los tacos, contándoles sobre las fiestas en su casa y cómo todos se reunían para compartir. Ahmed, emocionado, enseñó a sus amigos a envolver los kebabs, explicando cómo su cultura celebraba el compartir en sobremesas familiares.
Pero a medida que la fiesta avanzaba, los niños comenzaron a notar algo extraño. Algunos de los niños más tímidos se quedaban al margen, observando desde lejos. Entonces, Sofía tuvo una idea brillante:
"¿Y si hacemos un juego? Podemos juntar a todos y preparar un gran plato en conjunto con todos los sabores y aprender de cada uno."
La idea fue bien recibida. Llenaron mesas con todos los ingredientes de sus platillos y se pusieron manos a la obra. Rieron, cocinaron y disfrutaron mientras compartían sus técnicas y secretos familiares. El salón se transformó en un verdadero festival de sabores.
Finalmente, presentaron una ‘Gran Mesa de Sabores’, un plato gigante con un poco de cada comida. Todos probaron cada uno de los platillos juntos y comenzaron a hablar.
"- ¡La combinación es deliciosa!", dijo uno de los chicos.
"- Nunca pensé que los tacos y las empanadas pudieran ir tan bien juntos", se rió otro.
Al final del día, la señora López aplaudió a todos.
"- Estoy muy orgullosa de ustedes, han aprendido que cada platillo cuenta una historia, pero lo más importante es que han hecho un gran trabajo en equipo."
Desde ese día, los niños no solo disfrutaron de la comida de cada uno, sino que también aprendieron a valorar la diversidad cultural y la importancia de compartir. Colores se convirtió en un pueblo donde se celebraban las diferencias, y cada reunión de amigos siempre terminaba con el clásico:
"¡A la próxima fiesta, hagamos la Gran Mesa de Sabores otra vez!"
Y así, la amistad y la diversidad prosperaron, enseñando a todos que en cada plato hay un pedacito de cada cultura y en esa unión se halla la verdadera pertenencia. Fin.
FIN.