La Fiesta del Gigante Talentoso
Había una vez en un pequeño pueblo, un gigante llamado Gregorio que vivía lejos, en una montaña. Todos los habitantes del pueblo se habían acostumbrado a su presencia, aunque algunos lo veían con temor debido a su gran tamaño. À pesar de su apariencia, Gregorio era un gigante amable y talentoso. Le encantaba hacer gelatina de frutas y tenía una habilidad especial para crear las más deliciosas variedades.
Un día, la directora de la escuela, la señora Marta, decidió organizar una fiesta en el barrio para celebrar el fin del año escolar. "¡Hagamos algo diferente!"- exclamó. "Podemos invitar a Gregorio y que él nos prepare sus famosas gelatinas"-. Todos los niños comenzaron a murmurar entre ellos.
"Pero, ¿y si nos asusta?"- preguntó Lucía, la más pequeña del grupo. "¿Y si nos tira la casa?"- agregó Tomás, con miedo en los ojos. Pero la señora Marta sonrió y les dijo: "No se preocupen, Gregorio es un gigante bondadoso. Además, si lo invitamos, podrá hacerse amigo de todos ustedes"-.
Así fue como escribieron una carta a Gregorio invitándolo a la fiesta. Cuando llegó el día, el sol brillaba y el aire estaba lleno de risas y canciones. La señora Marta había decorado el patio de la escuela con globos coloridos y luces brillantes.
Justo cuando la fiesta estaba por comenzar, se escuchó un fuerte estruendo. Todos miraron hacia la montaña y vieron cómo una sombra enorme se acercaba. "¡Es Gregorio!"- gritaron los niños, algunos asustados y otros entusiasmados. El gigante levantó la mano y saludó, siendo muy cuidadoso con las ramas de los árboles que podría romper.
Cuando llegó al patio, todos se quedaron boquiabiertos. "Hola chicos, soy Gregorio"- dijo con una voz profunda pero amigable. "He traído gelatina de frutas para todos ustedes"-. Los niños comenzaron a reír y a aplaudir.
Gregorio se fue acercando a las mesas que la señora Marta había puesto, y comenzó a preparar las gelatinas. Todos observaban asombrados cómo con un simple movimiento de su mano combinaba los sabores de frutas, creando colores brillantes y deliciosos aromas. "¿Cuál es tu favorito?"- le preguntó Ana, una de las chicas. "La de frutilla y kiwi"-, respondió él. "¿Y el tuyo?"-
"La de mango, ¡me encanta!"- respondió Ana entusiasmada.
El ambiente de la fiesta se llenó de alegría y risas cuando Gregorio comenzó a contar historias sobre su vida en la montaña. "Cuando era pequeño, también me daba miedo el mundo afuera"-, contó. "Pero con el tiempo aprendí que no hay que juzgar a los demás por su apariencia. Todos tenemos talentos y cosas hermosas que ofrecer"-.
Entonces le preguntaron: "¿Cuál es tu talento, Gregorio?"- Él sonrió y dijo: "Puedo hacer gelatina, pero también puedo tocar el piano muy bien"-.
"¡No sabía que los gigantes podían tocar el piano!"- dijo Tomás, impresionado. "¿Podés tocarnos algo?"- pidió emocionada Lucía.
Gregorio aceptó y, con gran delicadeza, se sentó en una gran banqueta que habían preparado. Al empezar a tocar, las notas salían como un mágico río de melodías, llenando la fiesta de música y alegría. Todos los niños comenzaron a bailar y a divertirse.
Sin embargo, de repente, Gregorio se detuvo y se puso triste. "A veces, siento que no tengo un hogar aquí"- explicó. "Soy tan grande que no puedo entrar en sus casas, y me siento un poco solo"-.
Los niños se miraron entre sí y entonces Lucía levantó la mano. "Podemos hacer una gran casa para vos, Gregorio!"- propuso emocionada. "Sí, podríamos construir un espacio donde todos puedan venir a jugar y compartir gelatina"-. Todos los niños comenzaron a animarlo.
"Tenés un talento increíble y podemos usarlo para llenarnos de alegría a todos"- añadió Ana.
Así fue como, con el espíritu de la fiesta, los niños se unieron para planear y construir un gran lugar de encuentro para Gregorio, lleno de colores y, por supuesto, gelatina.
La fiesta terminó y los niños se despidieron del gigante, prometiéndole que lo ayudarían a tener su hogar. Con el tiempo, Gregorio se convirtió en parte de la familia del pueblo y su gran casa se llenó de risas y alegría cada sábado, donde todos compartían gelatina y música con su nuevo amigo.
Y así, el gigante que alguna vez estuvo solo, ahora tenía un hogar lleno de amistad y amor.
"Gracias, amigos"-, dijo Gregorio en una ocasión "Nunca he sido tan feliz"-. Y todos se abrazaron, disfrutando de una tarde perfecta, con gelatina y risas.
Fin.
FIN.