La Fiesta del Lapacho



Era una hermosa mañana de primavera en el barrio de Florentino. Los árboles estaban llenos de flores y el aire estaba impregnado de un dulce aroma a miel. Los niños del barrio, emocionados, se preparaban para celebrar la Fiesta del Lapacho, que se llevaba a cabo cada año cuando el árbol de lapacho florecía.

- ¡Mirá cuántas flores tiene el lapacho! - exclamó Lucía, una niña de diez años que siempre estaba llena de ideas.

- ¡Sí! Este año vamos a hacer algo especial para la fiesta, le vamos a rendir homenaje a la mariposa y a las abejas - agregó su amigo Pablo, mientras se acomodaba su gorra para que no le diera el sol en la cara.

La idea de Lucía fue bien recibida por los demás niños del barrio. Pronto, un grupo de niños se organizó en el jardín de la escuela, decorando un gran cartel con dibujos de mariposas y abejas.

- ¡Vamos a hacer una representación en la fiesta! - sugirió Valentina, una niña muy creativa que se encargó de llevar un disfraz de mariposa.

- ¡Y yo voy a ser una abeja! - dijo Mateo, alzando la mano con emoción.

Los niños se pusieron a practicar, pero se dieron cuenta de que necesitaban más información sobre las flores y cómo ayudaban a las abejas y mariposas. Así que decidieron ir a buscar a Don Enrique, el abuelo sabio del barrio.

- Don Enrique, ¿puede contarnos por qué son tan importantes las abejas y las mariposas? - preguntó Lucía.

- ¡Claro, mis queridos pequeños! Las abejas y las mariposas son vitales para la naturaleza. Ellas ayudan a polinizar las flores, lo que significa que hacen posible que otras plantas crezcan y den frutos. Sin ellas, muchos alimentos que comemos no existirían - explicó el abuelo, mientras sus ojos brillaban de felicidad al compartir su sabiduría.

Después de escuchar a Don Enrique, los niños decidieron que, además de su presentación en la fiesta, harían un jardinito especial con flores que atrajeran a abejas y mariposas.

Los días pasaron volando, y la gran fiesta del lapacho llegó. El sol brillaba y el árbol parecía un gran baúl de tesoros de colores. Todos los vecinos estaban reunidos con alegría. Lucía y sus amigos comenzaron su actuación.

- ¡Bienvenidos a la Fiesta del Lapacho! - gritaron al unísono.

Valentina, disfrazada de mariposa, volaba alrededor del escenario, mientras Mateo, con su traje de abeja, zumbaba con entusiasmo. Todos los asistentes aplaudieron y rieron.

- ¡Qué espectáculo! - gritó un niño desde el público.

Al finalizar la presentación, Lucía se acercó al micrófono:

- Queremos recordarles que, si cuidamos de las mariposas y las abejas, ellas nos cuidarán a nosotros, ayudando a que nuestras plantas y flores crezcan sanas y fuertes.

Los aplausos resonaron en el aire. Pero, justo cuando todo parecía perfecto, un viento fuerte comenzó a soplar y algunas flores del lapacho empezaron a caer al suelo. Las risas se tornaron en preocupación.

- ¡Ay no! ¿Y ahora qué hacemos? - preguntó Pablo, desanimado.

Pero Don Enrique, que estaba entre la multitud, sonrió y dijo:

- Niños, este es un buen momento para recordar que la naturaleza siempre tiene su manera de seguir adelante. Vamos a recoger esas flores y hacer un hermoso ramo que dejaremos en gratitud a nuestro lapacho.

Los niños, al escuchar al abuelo, se animaron nuevamente. Juntos juntaron las flores que caían y armaron un gran ramo. Luego, lo colocaron bajo el árbol en agradecimiento.

- ¡Gracias, lapacho! - gritaron todos al unísono.

La fiesta culminó con risas y bailes, y al final del día, mientras el sol comenzaba a esconderse, Lucía y sus amigos se sintieron felices. Habían aprendido la importancia de cuidar y respetar a las pequeñas criaturas que ayudaban a hacer que el mundo fuera hermoso.

- ¡El próximo año lo vamos a hacer de nuevo! - dijo Mateo, con su traje de abeja todavía puesto.

- ¡Sí! Y con más actividades para ayudar a abejas y mariposas - agregó Valentina.

Y así, la Fiesta del Lapacho se volvió una tradición que unía a grandes y chicos, recordándoles siempre la magia de la naturaleza y la importancia de cuidar a nuestros amigos voladores.

FIN.

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