La Fiesta del Sabor y el Color
En un pequeño pueblo panameño, donde los ríos serpenteaban como sueños y los árboles bailaban con el viento, vivía una niña llamada Nandi. Ella era conocida por su gran curiosidad y amor por la comida de su tierra. Todos los sábados, el pueblo se llenaba de aromas que hacían bailar los sentidos. Ese día, la abuela de Nandi, Doña Chavela, estaba ocupada en la cocina preparando sus famosos tamales y un delicioso sancocho.
"¿Abuela, puedo ayudarte en la cocina?" - preguntó Nandi, saltando de emoción.
"Por supuesto, mi querida. Pero primero, necesitamos café. ¡Ven!" - respondió la abuela con una sonrisa.
Mientras el café burbujeaba en la estufa, Nandi miraba cómo su abuela envolvía los tamales con maíz y carne.
De pronto, el vecino Chichí, un indígena del pueblo, se asomó por la ventana.
"Hola, Nandi. ¡Estamos organizando una fiesta esta noche!" - dijo Chichí.
"¿Una fiesta?" - exclamó Nandi, llenándose de energía. "¿Hay baile y tambor?"
"¡Sí! Habrá bailes, música y hasta polleras hermosas" - aclaró Chichí, mientras agitaba su sombrero pintado.
Nandi pensó que sería una gran prisión perderse esa divertida celebración, así que decidió llevar algunas delicias en su canasta.
"Abuela, además de los tamales, tengo que llevar sancocho, bollo, y tal vez algo de mondongo" - dijo Nandi con entusiasmo.
"¡Me parece una excelente idea! La comida unida a los bailes siempre trae buena energía" - contestó Doña Chavela.
Esa noche, el pueblo brillaba con luces y risas. Había un gran escenario donde un grupo de músicos tocaban tambores, llenando el aire con ritmos contagiosos. Nandi, con su canasta de delicias, se unió a Chichí y otros amigos en el centro de la plaza.
"¡Vamos a probar todo!" - exclamó Nandi, mientras todos se reían y comenzaban a bailar.
Se sirvieron platos de mondongo, humeante y sabroso, mientras que otros disfrutaban de bollo y tortillas recién hechas. Todos parecían estar en sintonía, como si los sabores y la música los unieran.
Mientras la fiesta iba en aumento, Nandi comenzó a sentir que algo faltaba.
"¿Cómo hacemos para que todos prueben nuestras comidas?" - preguntó Nandi
"Podemos hacer una ronda de sabores. Cada uno debe compartir lo que trajo," propuso Chichí.
Así fue como todos los habitantes del pueblo se unieron en un gran círculo. Desde las abuelas con sus platos tradicionales hasta los jóvenes con sus nuevas recetas, todos compartieron un pedacito de su cultura.
El sancocho de Doña Chavela, la tortilla de Doña Rosa, el mondongo del señor Antonio, todo se compartió.
La música y el baile llenaban el espacio y, de repente, la plaza se sintió como un hogar de tradiciones.
"¡Esto es lo mejor de Panamá!" - gritó Nandi mientras danzaba de alegría.
Al cierre de la noche, con los estómagos llenos, Nandi se sintió satisfecha. Había aprendido que compartir no solo es un acto de generosidad, sino que también une a las personas, fortalece la comunidad y les permite disfrutar de su cultura.
"No solo se trata de lo que llevamos a la mesa, sino de las historias y risas que compartimos" - comentó Doña Chavela.
Esa noche, con el sonido de los tambores aún resonando en sus corazones, Nandi y su pueblo comprendieron que cada sabor llevaba consigo una historia dulce, salada, picante y a veces, un poco agridulce, pero siempre lleno de amor.
Y así, mientras la luna compartía su luz sobre el colorido pueblo panameño, la niña sonrió, sabiendo que la verdadera celebración era la unión de sabores, música y amistad.
FIN.