La Fiesta Navideña de los Fantasmas



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Alegre, un niño llamado Tomás que amaba la Navidad. Desde muy pequeño, esperaba con ansias la llegada de Santa Claus para recibir regalos y disfrutar de momentos especiales en familia.

Un año, justo antes de la Nochebuena, Tomás escuchó un rumor en el colegio que le llamó mucho la atención.

Al parecer, durante las noches lluviosas, el cementerio del pueblo se convertía en un lugar misterioso donde los fantasmas salían a pasear. Esto despertó su curiosidad y decidió investigar por sí mismo si era cierto. En vísperas de Nochebuena, mientras todos estaban ocupados preparando sus hogares para la celebración navideña, Tomás decidió aventurarse al cementerio.

La noche estaba oscura y llovía intensamente, pero él no tenía miedo. Armado con su linterna y valentía infantil, caminó hacia el lugar temido. Al llegar al cementerio, pudo ver cómo las lápidas brillaban bajo la luz de su linterna.

De repente, una sombra se movió entre los árboles y Tomás se paralizó del susto. Era Santa Claus vestido con su traje rojo característico. - ¡Santa! ¿Qué haces aquí? - exclamó sorprendido Tomás.

Santa Claus sonrió amablemente y respondió: - Hola pequeño amigo. Estoy aquí para visitar a mis amigos fantasmas que descansan aquí eternamente. Ellos también merecen ser recordados en esta época especial del año. Tomás quedó maravillado al escuchar las palabras de Santa Claus.

Nunca se había imaginado que los fantasmas también pudieran ser parte de la Navidad. - ¿Puedo acompañarte, Santa? - preguntó Tomás emocionado. Santa Claus asintió y juntos comenzaron a caminar entre las tumbas.

Cada lápida tenía una historia que contar y Tomás aprendió sobre personas valientes, generosas y amorosas que habían vivido en el pueblo años atrás. Comprendió la importancia de recordar a aquellos que ya no estaban con nosotros.

De repente, notaron un fantasma solitario sentado en un banco del cementerio. Parecía triste y desanimado. - ¿Qué le sucede? - preguntó Tomás preocupado. Santa Claus se acercó al fantasma y le preguntó qué le pasaba.

El fantasma explicó que se sentía olvidado por sus seres queridos en esta época del año y eso lo entristecía mucho. Tomás sintió compasión por el fantasma y tuvo una idea brillante para alegrarlo.

Recordando algunas tradiciones navideñas, decidió organizar una pequeña fiesta sorpresa para el fantasma y así demostrarle que no estaba solo. Con ayuda de Santa Claus, Tomás decoró el cementerio con luces brillantes, globos coloridos e incluso colocaron un árbol de Navidad cerca del banco donde estaba el fantasma triste.

La música navideña llenaba el aire mientras los espíritus festivos invadían cada rincón del lugar. Cuando el fantasma vio la hermosa sorpresa preparada especialmente para él, sus ojos se llenaron de lágrimas de alegría.

Agradecido, el espíritu bailó y cantó al son de las canciones navideñas junto a Tomás y Santa Claus. Esa noche, el cementerio se convirtió en un lugar mágico donde la tristeza fue reemplazada por la felicidad y la soledad por la compañía.

Tomás aprendió que todos merecen ser recordados y que la Navidad es una época para compartir amor y alegría con todos, incluso con los fantasmas.

Desde aquel día, Villa Alegre siempre celebró una fiesta navideña especial en el cementerio para recordar a aquellos que ya no estaban físicamente pero seguían viviendo en los corazones de sus seres queridos.

Y así, cada Nochebuena, Tomás recordaba esa noche mágica cuando Santa Claus lo llevó al cementerio para enseñarle el verdadero significado de la Navidad: amor, amistad y compasión hacia todos los seres queridos, incluso aquellos que ya no están entre nosotros.

FIN.

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