La Fiesta Silvestre



En un rincón del bosque, donde los árboles se abrazaban entre sí y las flores danzaban al ritmo del viento, había un grupo de animales salvajes que soñaban con la Gran Fiesta Silvestre. El más pequeño de ellos, un ratón llamado Mico, decidió que era momento de hacer de este sueño una realidad.

"¡Vamos a organizarla!" - gritó Mico, saltando animadamente.

Los demás animales, emocionados, se reunieron bajo el gran roble:

"¡Claro que sí!" - rugió Leo, el león, sacudiendo su melena.

"¡Yo puedo traer frutas!" - chilló Coco, el loro, batiendo sus alas de colores brillantes.

"¡Y yo puedo hacer la música!" - agregó Tico, el tigre, moviendo su cola al compás de un ritmo imaginario.

Así que, con muchas ganas y un poco de miedo, comenzaron a organizar la fiesta. Mico corrió por el bosque, recogiendo hojas para decorar, mientras Leo buscaba las frutas más jugosas. Coco volaba alto, juntando flores y haciendo ruido con su canto dulce: "¡Cua-cua!". Tico, por su parte, testeaba el sonido que podría hacer con su tambor hecho de troncos.

Todo parecía perfecto, hasta que un día se encontraron con un problema. Un viejo y gruñón oso llamado Gruñón estaba durmiendo en la cueva donde los animales pensaban hacer la fiesta.

"¡Ruge! ¡No puedo dejar que hagan ruido en mi hogar!" - gruñó Gruñón, moviendo sus garras.

"Pero señor oso, necesitamos su permiso. Queremos hacer una fiesta para todos!" - imploró Mico.

Gruñón se quedó en silencio, y en ese momento Coco decidió que era hora de actuar.

"¡Yo puedo jugar con los sonidos!" - se ofreció. Se posó frente al oso y comenzó a imitar sus propios ronquidos de forma cómica: "¡Roarrrrrrr! ¡Rrrr-RRRR! ¡Rugh!".

Los demás animales comenzaron a reír, incluso el corazón del oso comenzó a suavizarse con la risa de Mico, Leo y Tico que se unieron al juego. Pero Gruñón no estaba listo para dejarse llevar tan fácilmente.

"¿Y si les muestro lo que pasa cuando algo me molesta?" - dijo el oso, pretendiendo estar enfadado. Se puso en pie y movió sus patas en un movimiento descoordinado, insinuando que podría también bailar.

"¡Ánimos, bailamos con él!" - exclamó Tico, contagiando a todos.

Los animales comenzaron a moverse a su alrededor, y el viejo oso, aunque un poco a regañadientes, se unió a ellos y empezó a hacer algunos pasos torpes de baile. El bosque resonó con todos los sonidos y risas.

"¡Quizás no sea tan malo después de todo!" - dijo Gruñón, sonriendo por primera vez.

Finalmente, el oso se dio cuenta de que se estaba divirtiendo, y decidió darles su bendición para usar su cueva.

"Está bien, dejen que la fiesta continúe. Solo si aceptan que yo pueda unirme también." - dijo el oso, volviendo a acomodarse sobre sus patas.

Y así fue como la Gran Fiesta Silvestre se llevó a cabo. Los animales decoraron la cueva con hojas, cantaron y bailaron juntos, acompañados de los sonidos alegres de la naturaleza. Tocaron instrumentos improvisados, y hasta el viejo Gruñón se unió a ellos, mostrando sus propios pasos de baile.

Al final del día, el bosque resonó con la música y los ecos de la risa.

"¡Este fue el mejor día de todos!" - exclamó Mico, sintiéndose un líder entre sus amigos.

"¡Sí, todos somos parte de esta fiesta!" - añadió Leo, poniendo su pata sobre el hombro de Mico.

"Y estamos juntos, ¡entre todos hacemos el mejor equipo!" - finalizó Coco, revoloteando.

Y así, a medida que el sol se escondía tras las montañas, los animales entendieron que la verdadera alegría reside en compartir, en unirse y en dejar que los corazones canten como uno solo. Y así fue como la fiesta se convirtió en una nueva tradición en el bosque.

"¡Hasta la próxima fiesta!" - se despidieron todos con una sonrisa brillante.

Esa noche, los animales aprendieron que las diferencias no importan cuando hay unión y amistad, y que, a veces, un poco de creatividad y valentía puede convertir incluso a los rivales en grandes aliados.

FIN.

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