La Fiesta Sorpresa de Matilda
Matilda era una niña muy especial que siempre llevaba una sonrisa en su rostro. Le encantaba su cumpleaños, pero este año, al acercarse la fecha, decidió que no quería una gran fiesta. —No estoy segura de querer celebrar este año —le dijo a su mejor amigo, Tomás, mientras caminaban hacia el parque. —¿Por qué no, Matilda? —preguntó él, sorprendido. —Quizás porque nunca es como uno espera —respondió ella con un suspiro.
Tomás, al darse cuenta de que Matilda estaba un poco triste, decidió que lo mejor sería hacer algo especial para alegrarle el día. —¡Tengo una idea! —exclamó. —Vamos a organizar una fiesta sorpresa para ti. —¿Una fiesta sorpresa? —preguntó Matilda, algo intrigada. —Sí, y será genial. Vamos a invitar a todos tus amigos —dijo Tomás, entusiasmado.
Esa misma tarde, Tomás comenzó a planear la fiesta con la ayuda de algunos amigos de Matilda: Ana, Joaquín y Lila. Se reunieron en la casa de Tomás y comenzaron a hacer una lista de lo que necesitarían. —Primero, necesitamos bocadillos deliciosos —dijo Lila. —Y unos globos muy coloridos también —añadió Joaquín.
Los amigos se dividieron las tareas: Lila se encargaría de los bocadillos, Joaquín de la decoración y Tomás sería el encargado de preparar el gran secreto. Cada uno trabajó con esmero, porque querían que la fiesta fuera perfecta.
Mientras tanto, Matilda seguía con su rutina diaria, sin sospechar nada. Una tarde, Ana se acercó a ella. —Oye, Matilda, ¿te gustaría venir a casa y ayudarme a preparar unas cosas? —Claro, me encantaría. ¿Qué necesitas? —contestó Matilda. Ana sonrió por dentro; no podía creer lo bien que estaban haciendo las cosas.
Llegó el día tan esperado y los amigos de Matilda se reunieron temprano en la casa de Tomás para terminar de preparar todo. Al llegar las cinco de la tarde, la alarma sonó. Era la hora de dar la bienvenida a Matilda. —Rápido, todos a escondidas —susurró Tomás.
Cuando Matilda llegó, se encontró con la puerta cerrada. —¿Hola? —llamó. El corazón le latía con fuerza. **¡Sorpresa! ** Todos gritaron mientras abrían la puerta. Matilda se quedó paralizada unos segundos, al ver a sus amigos, pero luego estalló en risas y abrazos.
—No puedo creer que hicieron esto por mí —dijo, con lágrimas de felicidad.
—Por supuesto, Matilda. Eres la mejor, y quería hacerte sentir especial —le dijo Tomás mientras le entregaba un regalo.
La tarde transcurrió llena de juegos, risas y deliciosos bocadillos. Matilda se sintió más feliz de lo que había imaginado. Mientras todos disfrutaban, Joaquín propuso un juego. —Vamos a contar qué es lo que más valoramos de Matilda —sugirió. Todos se sentaron en círculo, y uno a uno fueron compartiendo lo que pensaban.
—A mí me encanta su risa —dijo Ana. —Siempre me ayuda cuando estoy triste —añadió Lila. —A mí me gusta que siempre tiene una idea divertida —mencionó Joaquín.
Cuando llegó el turno de Matilda, sonrió y dijo: —Me siento muy afortunada de tener amigos tan increíbles. Y gracias a ustedes, hoy aprendí que las sorpresas están llenas de amor, y que celebrar no siempre se trata de algo grande, sino de compartir momentos con quienes más queremos.
Los amigos aplaudieron y sintieron que esa lección era la mejor parte de la fiesta. A partir de ese día, Matilda nunca volvió a pensar que su cumpleaños sería un día triste. Y cada año, sus amigos y ella se prometieron hacer algo especial para celebrar la amistad.
Así, Matilda aprendió que lo importante no son los regalos ni las grandes fiestas, sino los bocadillos que se comparten, las risas que se intercambian y los momentos que se atesoran en el corazón.
FIN.