La flauta mágica de la Bruja Wanda
En un pequeño pueblo rodeado de bosques frondosos y prados verdes, vivía la Bruja Wanda, una hechicera amable y sabia que siempre estaba dispuesta a enseñar cosas nuevas a los niños del lugar.
Un día soleado, un grupo de niños curiosos se acercó a la cabaña de la Bruja Wanda para escuchar una de sus fascinantes historias.
"-¡Hola queridos niños! Hoy les contaré sobre los instrumentos musicales de la Edad Media", anunció la bruja con entusiasmo mientras agitaba su varita mágica. Los ojos de los pequeños brillaron con emoción al escuchar las primeras notas de una melodía antigua que resonaba en el aire.
Wanda les explicó que en la Edad Media, la música era muy importante y se tocaba en castillos, iglesias y plazas para alegrar el corazón de las personas. Los instrumentos más comunes eran la flauta dulce, el arpa, el laúd y la vihuela.
Cada uno tenía un sonido único que transportaba a quienes lo escuchaban a tierras lejanas y épocas pasadas. Los niños escuchaban atentamente cada palabra de la Bruja Wanda, fascinados por las historias que les contaba sobre músicos errantes que recorrían caminos polvorientos llevando consigo sus melodías mágicas.
"-¿Y cómo afecta la música a los niños de esa época?", preguntó Valentina, una niña curiosa con trenzas doradas. La bruja sonrió y respondió: "-La música enriquece el alma, estimula la creatividad y fortalece los vínculos entre las personas.
En la Edad Media, los niños crecían escuchando melodías maravillosas que despertaban sus sentidos y los hacían soñar despiertos". Los pequeños asintieron con entendimiento mientras imaginaban cómo sería vivir en aquellos tiempos llenos de magia y aventuras.
Entonces, Wanda tuvo una idea brillante: enseñarles a crear su propio instrumento musical en casa para experimentar el poder transformador de la música.
Con paciencia y sabiduría, la Bruja Wanda guió a los niños paso a paso en la construcción de flautas hechas con cañas del río cercano. Les enseñó a cortarlas cuidadosamente, perforar agujeros en ellas y decorarlas con colores brillantes. Después de unas horas dedicadas al trabajo manual, llegó el momento esperado: probar sus nuevas creaciones musicales.
Con timidez al principio pero luego con entusiasmo desbordante, cada niño sopló en su flauta casera creando melodías simples pero hermosas que llenaron el aire fresco del bosque. Los pájaros se unieron al coro improvisado mientras las risas infantiles resonaban entre los árboles.
La Bruja Wanda observaba orgullosa a sus jóvenes aprendices convertidos ahora en músicos improvisados llenos de alegría y creatividad.
Al finalizar aquella tarde inolvidable, los niños se despidieron emocionados prometiendo practicar juntos para seguir explorando el maravilloso mundo de la música. Mientras regresaban a sus hogares con el corazón rebosante de felicidad, sabían que habían descubierto algo especial gracias a su querida amiga Bruja Wanda: el poder transformador e inspirador de hacer música juntos.
FIN.