La Flor Mágica de Antu



En un hermoso rincón de la Patagonia, donde los ríos cantan y las montañas cuentan historias, vivía una joven mapuche llamada Antu. Ella pasaba sus días explorando los bosques y aprendiendo las tradiciones de su pueblo. Un día, mientras paseaba cerca del lago, se encontró con una flor brillante que nunca había visto antes.

La flor tenía pétalos de colores vibrantes y un aroma dulce que atraía a todas las criaturas del bosque. Antu se acercó cautelosamente, maravillada por su belleza.

"¡Qué flor tan hermosa!", exclamó.

Al tocarla con sus manos, sintió una energía mágica que recorrió su cuerpo. En ese instante, un pequeño pájaro se posó en la rama de un árbol cercano.

"Esa flor no es solo bonita", dijo el pájaro mientras aleteaba. "¡Es mágica! Puede transformar lo que toques en algo maravilloso".

Antu sonrió con emoción.

"¡Increíble! ¿Qué puedo convertir?" preguntó, mirando a su alrededor.

El pájaro le guiñó un ojo.

"Cualquier cosa que desees, pero recuerda, solo si lo haces con amor y buena intención".

Antu decidió probarlo. Vio una piedra gris y sin brillo en el suelo. Con un toque de la flor, la piedra se transformó en un hermoso cristal que brillaba como el sol.

"¡Mirá lo que hice!", gritó llena de alegría.

Decidió llevar el cristal a su comunidad. Al llegar, todos quedaron asombrados por la belleza de la gema.

"¿De dónde lo sacaste?", preguntó su abuela, Curün.

"Lo encontré en el bosque, ¡y lo hice con esta flor mágica!", respondió Antu.

Curün, sabia y cariñosa, la miró con ternura.

"Antu, esa flor es un regalo. Usa su poder con sabiduría".

Antu prometió hacerlo y, a partir de ese día, se volvió muy creativa. Transformaba objetos comunes en cosas sorprendentes: una rama seca se convertía en una bongó musical, y un viejo trapo se transformaba en un colorido tapiz. La gente de la aldea venía a ver sus creaciones, y su fama crecía.

Sin embargo, un día, llegó una envidiosa mujer llamada Nayra. Ella no quería que Antu tuviera tanto éxito.

"¿Por qué solo tú puedes crear cosas mágicas?", gritó. "Yo también quiero conocer ese secreto".

"No se trata solo de eso, Nayra", respondió Antu amablemente. "La verdadera magia está en el amor y la intención con que hacemos las cosas".

Nayra, con rabia, decidió robar la flor. Un día, mientras Antu descansaba, se acercó y la tomó. Sin embargo, luego de tocar la flor, algo extraño sucedió. Todos los objetos que intentó transformar se convertían en cosas desastrosas: un hermoso vestido se volvió un saco de papas, y un jarrón reluciente se transformó en un montón de barro.

Confundida, Nayra se dio cuenta de que la magia no servía sin amor.

"¡¿Por qué está pasando esto? !" gritó con desesperación.

Antu, al verla así, no pudo evitar acercarse.

"Nayra, la flor solo funciona si la intención es buena. No la uses para hacer daño a los demás".

Nayra tuvo un momento de reflexión.

"Tenés razón, Antu. He sido tonta y egoísta. Te pido disculpas".

Con el corazón lleno de compasión, Antu la perdonó.

"¡Siempre hay tiempo para aprender y cambiar! Vamos a transformarnos juntas, ¿te parece?" propuso Antu.

Ambas decidieron trabajar en un proyecto comunitario utilizando la flor. Así, juntas, con amor y colaboración, crearon objetos maravillosos que alegraron a toda la comunidad: muñecos, instrumentos y juegos para disfrutar.

Finalmente, Antu aprendió que la verdadera magia no estaba solo en la flor, sino en la unión y el amor entre las personas. Desde entonces, la flor brillaba aún más, iluminando no solo a Antu, sino a toda su comunidad.

Así, la joven mapuche y su magia se convirtieron en parte de las leyendas que contaba su abuela al lado del fuego, enseñando siempre a pensar en el otro y a crear juntos.

Y así, cada vez que alguien encontraba una flor especial, recordaba que el verdadero poder se encontraba en el corazón de cada uno.

Y colorín colorado, este cuento ha terminado.

FIN.

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