La Frutería Mágica de Javier



Era un hermoso día en el barrio y Javier estaba contento preparando su frutería. Tenía las frutas más frescas y coloridas. Un día, apareció Karla, una niña que era sorda. Le encantaba la fruta, especialmente las fresas. Mientras paseaba entre las peras y las manzanas, su atención fue cautivada por un hermoso racimo de uvas moradas.

Karla, emocionada, se acercó demasiado al mostrador y, en su entusiasmo, tropezó con una caja que estaba detrás. "¡Ay!" exclamó dentro de su mente, mientras caía al suelo. Se le cayó su gorro de lana, y las uvas rodaron por el suelo. Nadie se dio cuenta de que había caído porque todo el mundo estaba ocupado.

Cuando Javier terminó de atender a un cliente, miró hacia el suelo y vio a Karla, tratando de levantarse. Se agachó para ayudarla.

"¿Estás bien?" le preguntó, sin saber que Karla no podría responderle con palabras.

Karla, aunque un poco adolorida, empezó a hacer señas con las manos, intentando explicar que se había caído. Pero Javier no conocía el lenguaje de señas y se sintió confundido. Los clientes alrededor también estaban distraídos, mirando las frutas y charlando entre ellos.

Karla miraba a su alrededor, frustrada. "¿Nadie va a ayudarme?" pensaba. Trataba de llamar la atención, pero solo recibía miradas de curiosidad. Un niño que estaba con su mamá al lado la vio y se acercó.

"¿Por qué no le preguntas al señor Javier? Él es muy amable, seguro que te ayuda", dijo el niño.

Karla asintió, pero, nuevamente, su mensaje no llegaba a los adultos. De repente, la mamá del niño se dio cuenta de la situación.

"¡Javier! Creo que Karla necesita tu ayuda. Ella no puede hablar, pero está tratando de comunicarse contigo", dijo la mamá.

Javier miró de nuevo a Karla y se dio cuenta de que estaba mostrando una señal que él no entendía. Entonces, recordó que tenía un libro de comunicación visual en la tienda.

Rápidamente, corrió a buscarlo. Cuando volvió, le mostró algunas imágenes de emociones y cosas cotidianas. Nerviosa pero esperanzada, Karla se concentró. Levantó el pulgar y sonrió, indicando que estaba bien. Javier se sintió aliviado y sonrió de vuelta.

"¡Qué bueno que estás bien, Karla!" exclamó Javier. Pero Karla quería más. Usando el libro, hizo una señal con sus manos que significaba "Las uvas son mis favoritas". Javier, ahora más atento, comprendió.

"¡Ah, te gustan las uvas! Vamos a elegir un racimo juntas", dijo, mientras empezaba a recoger las uvas del suelo que habían rodado durante la caída.

Karla se iluminó, señalando las más grandes y moradas.

"Estas son las mejores, tengo un poema sobre ellas!" escribió Javier en un papel mientras Karla hacía gestos de entusiasmo. Así, se formó un vínculo especial entre ellos. Javier se comprometió a aprender más sobre el lenguaje de señas, para que la próxima vez pudieran hablar sin barreras.

Desde ese día, Karla visitaba la frutería de Javier todas las semanas, y cada visita era un festín de frutas, risas y signos. Javier se hizo amigo de Karla y juntos, hicieron que la frutería no solo fuera un lugar de frutas, sino un lugar de amistad y aprendizaje.

Y así, todos en el barrio aprendieron sobre el respeto y la importancia de la comunicación. Un espacio donde todos, sin importar la forma de comunicarse, se sintieran bienvenidos y escuchados. La frutería de Javier se convirtió en un lugar mágico, donde cada historia y cada gesto contaban su propia historia.

FIN.

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