La Gata Blanca de Paseo
Había una vez, en un pequeño barrio de Buenos Aires, una gata blanca llamada Mimí. Era una gata muy especial: hermosa, mimosa y, sobre todo, coquetería pura. Cada mañana, Mimí se miraba al espejo de la casa y decía con mucha confianza:
"¡Soy la gata más linda del barrio!"
Un día, Mimí decidió que quería salir a pasear por el vecindario, luciendo su elegante collar con brillantes que su dueña le había regalado.
"Hoy conoceré a algunos amigos y les mostraré lo linda que soy", pensó llena de emoción.
Salió de su casa con un salto y empezó a lucirse por la calle. Justo al pasar por el parque, oyó a unos pajaritos cantando.
"¡Hola, pajaritos! Soy Mimí, la gata más coqueta de todo el barrio", se presentó haciendo un giro con su cola.
"¡Hola, Mimí!", chirriaron los pajaritos.
"¿Te gustaría jugar con nosotros?"
Mimí, un poco arrogante, respondió:
"Jugar con pajaritos no es lo mío. Prefiero que me admiren mientras camino con elegancia".
Y siguió su camino, haciendo por el parque un recorrido lleno de pasos marcados y miradas altivas.
Un rato más tarde, encontró a un grupo de gatos jugando a la pelota.
"¿Qué están haciendo?", preguntó Mimí, acercándose con aire de superioridad.
"Estamos jugando, ¿quieres jugar con nosotros?" dijo el gato gris llamado Tomy.
Mimí se rió y contestó:
"¡Jugar con gatos es tan aburrido!"
Sin embargo, en su corazón sentía un pequeño cosquilleo de deseo por unirse al juego. Pero su orgullo era más fuerte.
Poco después, al ver a un perro llamado Bruno corriendo detrás de una pelota, Mimí se sintió intrigada.
"¡Hola, Bruno! ¿Qué haces?"
"¡Hola, Mimí! Estoy jugando a atrapar la pelota. ¿Te gustaría unirte?"
Mimí, con su actitud ensoberbecida, contestó:
"Los perros no saben jugar como los gatos. Prefiero seguir paseando".
Mientras continuar paseando, se dio cuenta de que, aunque muchos la admiraban por su belleza, nadie parecía querer jugar con ella. Su corazón estaba cada vez más triste.
"¿Por qué será que no me invitan a jugar?", se preguntó en voz alta.
"Tal vez porque siempre presumes de ser la más linda", le respondió un pequeño ratón curioso llamado Pipo que había estado escuchando desde un arbusto.
Mimí se sorprendió.
"¿Yo?", exclamó.
"Sí, si te comportaras de una manera más amigable tal vez podrías hacer más amigos", sugirió Pipo.
Las palabras del ratón resonaron en la cabeza de Mimí.
"Tal vez tenga razón", pensó.
Mimí decidió seguir a Pipo hasta un lugar donde había otros animales reunidos: un arcoíris de amigos.
"¡Hola a todos! Soy Mimí y... me gustaría jugar con ustedes", dijo, esta vez un poco más humilde.
Todos se dieron vuelta y sonrieron.
"¡Claro que sí, Mimí!", contestó el gato Tomy.
"Hay espacio para una gata coqueta, siempre que juegues con nosotros también!"
Mimí sonrió y se unió a ellos, compartiendo risas y juegos, donde empezó a descubrir que no todo se trataba de lucir bien, sino de disfrutar la compañía de otros.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, Mimí regresó a casa sintiéndose plena y feliz.
"Hoy aprendí que la verdadera belleza viene de ser amable y compartir momentos", dijo mientras se miraba en el espejo.
Desde ese día, Mimí no solo era la gata coqueta, sino también una amiga divertida.
Y así, todos en el barrio la querían no solo por su apariencia, sino por su gran corazón.
Cuento terminado.
FIN.