La Gatita Mila y el Milagro de Navidad



Era la víspera de Nochebuena, y Facu y Lila caminaban por la carretera, emocionados por las celebraciones que se avecinaban. De repente, un maullido suave les llamó la atención. Al acercarse, encontraron a una pequeña gatita cubierta de pelos desprolijos, temblando de frío.

"Mirá, Facu, ¡es una bolita de pelo!" - exclamó Lila, agachándose para acariciarla.

"Pobre, debe estar sola. ¡Hay que ayudarla!" - dijo Facu mientras tomaba la gatita entre sus brazos.

"La llamaremos Mila, porque la encontramos en un milagro de Navidad" - sugirió Lila, y así fue como la pequeña conoció su nombre.

Llevándose a Mila a casa, los hermanos la acomodaron en una caja con mantas. Justo cuando iban a disfrutar de una galletita de jengibre, sucedió algo increíble. Mila se estiró y un brillo suave rodeó su pequeño cuerpo.

"¿Vieron eso?" - preguntó Facu, con los ojos bien abiertos.

"Sí, es como si... ¡fuera mágica!" - respondió Lila, emocionada.

Esa noche, mientras todos en la casa estaban dormidos, Mila decidió hacer algo especial. En un instante, la casa se iluminó con una suave luz dorada. Cada rincón brillaba y los hermanos despertaron asombrados.

"¿Qué está pasando?" - murmuró Facu, mientras señalaba la luz.

"No lo sé, pero ¡es hermoso!" - respondió Lila, sin poder quitar los ojos de la escena.

Mila, con un suave salto, se fue hacia el árbol de Navidad. Allí, encontró una carta que había caído debajo de los regalos. Con sus pequeñas patas, la levantó y dejó que Facu y Lila la leyeran. Era una lista de deseos que los niños del vecindario habían escrito, deseando cosas simples, como abrazos, juegos y compañía.

"Mirá esto, Facu. Todos quieren que se cumplan sus deseos esta Navidad" - Lila estaba emocionada.

"Sí, pero no todos pueden tenerlo. ¿Qué podemos hacer?" - contestó Facu, con un tono de preocupación.

Mila maulló suavemente. En ese momento, comprendieron que no podían hacer magia, pero podían hacer algo. Decidieron que saldrían a repartir dulces y sonrisas a sus vecinos, quienes también podían estar solos en esas fiestas.

Al llegar a la primera casa, golpearon la puerta. Una señora mayor les abrió, frunciendo el ceño.

"¿Qué quieren, chicos?" - preguntó con una voz cansada.

"Buenos días, señora. Trajimos galletitas para usted. ¡Feliz Navidad!" - dijo Lila, sonriendo.

"¿De veras?" - se sorprendió la señora, suavizando su expresión.

Y así, con cada dulce regalo, más y más personas sonrieron. La señora mayor incluso les contó sobre sus navidades de antaño, y los hermanos rieron y compartieron historias.

Con cada paso que daban, Mila los seguía, guiando con su suave luz a las casas que más necesitaban un poco de alegría. La noche avanzaba y Facu y Lila se dieron cuenta que el verdadero espíritu de la Navidad no era recibir, sino dar amor y compañía.

"Mila, ¿vos eres un ángel?" - preguntó Lila, mientras acariciaba la cabeza de la gatita.

"Quizás es un pequeño milagro que nos enseñó lo que realmente importa" - dijo Facu, convencido.

Finalmente, al regresar a casa, los hermanos se sintieron plenos. Habían compartido alegría y amor con las personas que habían tocado sus corazones. Y aunque todavía había muchos deseos por cumplir, comprendieron que cada pequeño acto de bondad cuenta.

Aquella noche, al mirar a Mila dormir plácidamente en el sofá, Facu y Lila supieron que el verdadero milagro de Navidad ya había sucedido. Habían descubierto que dar y compartir era el mejor regalo de todos.

Y así, cada año, ambos recordaban a su pequeña gatita, quien les mostró los mejores milagros de la Navidad siempre que compartían una galletita o una sonrisa.

FIN.

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