La Gatita y el Tiburón Malvado
Era una vez una adorable gatita llamada Mía, que vivía en una pequeña casa con su dueña, la señora Rita. Mía pasaba sus días jugando con su ovillo de lana y tomando el sol junto a la ventana. Una noche, mientras soñaba, Mía fue transportada a una isla mágica llena de tesoros brillantes y aventuras emocionantes.
Cuando Mía despertó en la isla, no podía creer lo que veía. Había montañas de oro, cofres repletos de joyas y un cielo de colores que nunca había imaginado. "¡Guau, esto es increíble!" pensó Mía, llenándose de emoción.
"Hola, gatita soñadora", dijo un loro espectacular que volaba cerca. "Soy Pablo, el loro guardián de la isla. ¿Qué te trae por aquí?"
"¡Hola, Pablo! Vine a buscar aventuras y tesoros", respondió Mía con entusiasmo.
Pablo sonrió y le mostró algunos de los tesoros de la isla. Sin embargo, había un oscuro secreto en ese lugar maravilloso. En las profundidades del océano que rodeaba la isla, había un tiburón malvado llamado Carmín, que custodiaba todos los tesoros y no dejaba que nadie se acercara a ellos.
Mientras exploraban, de repente, una sombra enorme se deslizó por el agua y apareció Carmín, el tiburón malvado.
"¡Alto ahí! Nadie puede llevarse mis tesoros", rugió el tiburón con una voz profunda como el trueno.
"¡Pero yo solo quiero aventurarme!", exclamó Mía, un poco asustada, pero decidida.
"¿Aventura?", dijo Carmín, mientras se acercaba. "No te atrevas a acercarte a mis tesoros. ¡No tienes idea de lo peligroso que soy!"
Pero Mía no se rindió. En lugar de asustarse, pensó en cómo podía enfrentarse al tiburón sin hacerle daño.
"Carmín, ¿y si hiciéramos un trato? Yo no quiero tus tesoros, solo quiero una pequeña aventura y conocer más sobre ti."
Carmín se quedó sorprendido. Nadie había intentado acercarse a él de esa manera antes.
"¿Me quieres conocer? ¿Por qué? Yo soy malo y no tengo amigos", murmuró el tiburón.
"Todos merecen una oportunidad, Carmín. Quizás si me cuentas tu historia, podríamos aprender el uno del otro."
Algo en la voz de Mía le hizo cambiar de idea al tiburón. Relajó su aleta y decidió escuchar.
"Está bien, gatita. Cuando era joven, tenía amigos, pero todos se iban por miedo. Desde entonces, he estado solo y me he vuelto malo para protegerme."
Mía sintió pena por Carmín.
"No debes ser malo para protegerte, Carmín. Podemos ser amigos. Te invito a descubrir juntos la isla sin necesidad de pelear por los tesoros."
"¿Ser amigos?", repitió el tiburón con curiosidad. "No estoy seguro, jamás he tenido un amigo como tú."
Así, Mía y Carmín comenzaron a explorar la isla juntos. Mía le mostró lo divertido que era jugar en las olas, bucear entre los peces de colores y descubrir el increíble mundo marino. Carmín estaba asombrado y empezó a reír como nunca lo había hecho.
Con el tiempo, Carmín comprendió que ser malo no había traído felicidad a su vida. A partir de ese día, decidió ser un tiburón amable y protector del océano, en lugar de uno temido.
"Gracias, Mía. Nunca imaginé que una pequeña gatita podría cambiar mi vida", dijo Carmín, con una sonrisa.
Cuando llegó el momento de que Mía regresara a casa, se despidió de su nuevo amigo.
"No olvides, Carmín, que siempre puedes tener amigos, solo necesitas abrir tu corazón."
"Lo prometo, Mía. Y cuando quieras regresar a la isla, estaré aquí esperando."
Así, Mía despertó en su cama, sonriendo y recordando su maravillosa aventura. A partir de entonces, siempre creyó que no importa cuán grande o pequeño seas, siempre puedes cambiar las cosas y hacer del mundo un lugar mejor.
Y así, la gatita que soñó con una isla llena de tesoros se volvió un símbolo de amistad y cambio, enseñando a todos siempre a ver lo bueno en los demás.
Fin.
FIN.