La Generosidad de Ana



En una escuela llena de risas y juegos, había una niña llamada Ana. Ana era conocida por ser generosa y respetuosa con todos. Siempre que podía, ayudaba a sus compañeros y compartía su tiempo con aquellos que pudieran sentirse solos.

Un día, durante el recreo, Ana se dio cuenta de que Kiki, una compañerita nueva, estaba sentada sola en un rincón del patio. Todos los demás niños jugaban a la pelota o se reían en grupos. Ana sintió que debía hacer algo.

"Hola, Kiki. ¿Por qué no te venís a jugar con nosotros?" - le dijo Ana con una sonrisa.

Kiki, que no estaba acostumbrada a que la invitaran a jugar, levantó la mirada, un poco confundida.

"No sé... no traigo comida y siempre se ríen de mí porque no tengo amigos" - respondió Kiki, con la voz baja.

Ana no dudó y decidió que eso no podía pasar.

"No importa si no traés comida. ¡A mí no me importa! Vamos a divertirnos juntos. Puedes venir a jugar con nosotras" - le dijo, mientras extendía su mano.

Kiki, con un brillo de esperanza en sus ojos, aceptó la invitación. Juntas, comenzaron a jugar a las escondidas junto a otros chicos que las miraban con curiosidad.

Con el paso del tiempo, Kiki se sintió más cómoda y feliz. Pero un día, mientras estaban en la clase de arte, Ana notó que a Kiki le costaba hacer sus dibujos. Muchas veces borraba y volvía a empezar.

"¿Te gustaría que te ayudara, Kiki?" - le preguntó Ana, observando cómo la niña se frustraba.

"No, ¡no quiero ser una carga!" - se quejó Kiki, sintiendo una nube gris sobre su cabeza.

Ana, con su espíritu generoso, decidió no rendirse.

"Kiki, todos necesitamos ayuda a veces. Si te ofrezco un lápiz de colores o te muestro algunos trucos, te prometo que no es una carga. Lo hacemos juntas, ¿te parece?" - le ofreció Ana con dulzura.

Kiki pensó por un momento y luego asintió con una pequeña sonrisa. Ana se acercó a su mesa y, juntas, comenzaron a dibujar. Mientras lo hacían, Kiki fue soltándose y riendo. Descubrieron dos cosas: que Kiki tenía un gran talento para el arte y que Ana disfrutaba de tener una amiga divertida y creativa.

Más adelante, cuando se acercó el día del picnic de la escuela, Ana tuvo otra idea. Sabía que Kiki no traía muchas cosas para compartir, así que decidió invitarla a su casa.

"Kiki, ¿te gustaría venir a mi casa el sábado a preparar algo especial para el picnic? Así traemos más cosas ricas para compartir con todos" - le propuso Ana.

Kiki quedó sorprendida, pues nunca había hecho algo así.

"Pero... no sé si puedo hacer algo rico" - dudó Kiki.

Ana no dejó que la inseguridad de Kiki la detuviera.

"Vamos a cocinar juntas. El secreto está en divertirnos y probar, no importa si sale perfecto o no. Lo importante es disfrutar, ¿sí?" - animó Ana.

El sábado coquetearon en la cocina, mezclando ingredientes y riendo a carcajadas. Cuando llegó el momento de ir al picnic con todos, Kiki se sentía emocionada de llevar su propio plato especial, algo que nunca había hecho antes.

En el picnic, cuando mostraron lo que habían preparado, todos quedaron asombrados. Kiki se sintió llena de orgullo y alegría.

"¡Esto está delicioso!" - dijeron sus compañeros. Kiki no podía creer lo que escuchaba.

Ana sonrió y le dio un pequeño codazo. "Ves, Kiki, podés hacer grandes cosas cuando te dejas ayudar y te arriesgas."

Kiki no solo se hizo amiga de Ana, sino que también se dio cuenta de que la generosidad y el respeto no solo existen en grandes gestos, sino también en las pequeñas acciones cotidianas. Juntas, aprendieron que la verdadera amistad se construye con amor, apoyo y la apertura de compartir momentos y habilidades.

Y así, Kiki y Ana se volvieron inseparables, creando un hermoso lazo de amistad que prometieron nutrir, cada día un poquito más, como el arte que creaban juntas, lleno de color y vida.

Y colorín colorado, ¡esta historia se ha acabado!

FIN.

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