La gota de agua protectora



Había una vez en un hermoso bosque, una gota de agua llamada Lunita. Lunita era muy especial, ya que tenía la capacidad de sentir emociones y pensamientos, algo poco común entre las gotas de agua.

Sin embargo, a pesar de su singularidad, Lunita se sentía triste la mayor parte del tiempo. Lunita observaba con tristeza cómo los niños del pueblo cercano desperdiciaban el agua sin consideración.

Dejaban correr el grifo mientras se lavaban los dientes, regaban el jardín en medio del día cuando el sol estaba más fuerte, y no reparaban las fugas en sus casas.

Esto entristecía mucho a Lunita, ya que ella sabía lo valiosa que era el agua para todos los seres vivos del bosque. Un día, mientras caía suavemente desde una hoja hasta un arroyo cercano, Lunita escuchó risas y juegos provenientes de un grupo de niños que jugaban cerca del río.

Se acercó sigilosamente para observar qué estaban haciendo y vio con asombro cómo cuidadosamente recogían botellas vacías y bolsas plásticas esparcidas por el suelo. "¡Chicos! ¡Es importante mantener limpio nuestro río!", exclamó uno de los niños mientras recogían la basura con entusiasmo.

"Sí, y también debemos cuidar el agua", dijo otro niño con determinación. Lunita sintió una chispa de alegría al ver a esos niños preocupándose por el medio ambiente y decidió acercarse a ellos para hablarles. "Hola chicos", dijo tímidamente Lunita.

Los niños se sorprendieron al escuchar a la gotita hablar pero rápidamente comprendieron que era especial. "¿Por qué estás tan triste?", preguntó uno de los niños con curiosidad.

Lunita les contó sobre su tristeza al ver cómo desperdiciaban el agua en el pueblo y les explicó lo importante que era conservarla para proteger a todos los seres vivos del bosque. Los ojos de los niños se abrieron grandes al escucharla y prometieron hacer todo lo posible para ayudar.

A partir de ese día, los niños se convirtieron en defensores del agua en su comunidad. Organizaron campañas educativas sobre la importancia de ahorrar agua, repararon tuberías rotas en las calles e incluso instalaron sistemas de recolección de lluvia en sus casas.

El pueblo pronto comenzó a transformarse gracias al compromiso y dedicación de estos pequeños guardianes del medio ambiente. Lunita ya no estaba triste; ahora sonreía radiante al ver cómo cada gota contaba para preservar este invaluable recurso natural.

Aprendió que incluso la más pequeña puede hacer una gran diferencia cuando trabaja junto a otros con un objetivo común: cuidar nuestro planeta.

Y así fue como Lunita encontró la felicidad al lado de aquellos valientes niños dispuestos a cambiar el mundo con amor y conciencia ambiental.

FIN.

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