La Gran Aventura de Dino y Lía
En un hermoso valle prehistórico, vivían dos amigos inseparables: un diplodocus llamado Dino y una pequeña y ágil velociraptor llamada Lía. A pesar de ser de diferentes tamaños y poder, compartían todo: juegos, aventuras y, sobre todo, su lealtad inquebrantable.
Un día, mientras exploraban una cueva misteriosa al borde del valle, Lía dijo: "¡Mirá, Dino! ¿Qué hay ahí?"
Dino, curioso como siempre, se asomó. "Parece que hay una luz brillante. Vamos a ver qué es."
Cuando entraron, encontraron un cristal gigante que brillaba con luces de colores. "¡Es hermoso!" exclamó Lía. "Podríamos usarlo como nuestro tesoro secreto."
Dino asintió, pero justo cuando iban a tocar el cristal, un fuerte rugido resonó en la cueva. De repente, apareció un enorme tiranosaurio llamado Rex, que era muy conocido por ser un poco temido en el valle.
"¿Qué hacen aquí, diminutos dinosaurios? ¡Ese cristal es mío!" rugió Rex.
Dino, sintiendo que Lía se asustaba, decidió enfrentar al tiranosaurio. "Lo sentimos, Rex. No queremos robarlo, solo estábamos admirándolo."
Rex, sorprendido por la valentía de Dino, les lanzó una mirada desafiante. "Si los atrapo, me quedaré con su amistad y ese tesoro, y ustedes serán mis prisioneros."
Lía, siempre rápida de mente, sugirió una idea. "Escuchá, Rex, ¿y si hacemos una competencia? Si ganamos, podemos quedarnos con el cristal como un símbolo de nuestra amistad, ¡y te prometemos que volveremos a visitarte siempre!"
Rex, intrigado por la propuesta, se relamió los labios. "¿Una competencia? ¿De qué tipo?"
"Una carrera hacia el valle de los árboles frutales, donde todos los dinosaurios son bienvenidos. El que llegue primero podrá reclamar el tesoro, pero el perdedor tendrá que cumplir un deseo del ganador."
Rex, sintiéndose confiado de su velocidad, aceptó. "Está hecho. ¡Preparados, listos y... ya!"
Dino y Lía comenzaron a correr, pero pronto se dieron cuenta de que Rex los estaba alcanzando rápidamente. "¡No podemos dejarnos ganar!" dijo Lía. "Debemos usar nuestra lealtad y trabajar juntos."
Dino asintió y sugirió: "¡Salgamos del camino! Él es más rápido, pero yo puedo ayudar a que vos saltes sobre las piedras."
Con cada obstáculo, se ayudaron mutuamente. Lía daban saltos espectaculares, mientras que Dino utilizaba su gran tamaño para despejar el camino.
Cuando estaban a punto de llegar a la meta, de repente, Rex tropezó con una enredadera y cayó. "¡Ay! ¡Eso no vale!" protestó el tiranosaurio.
Lía, viendo que Rex se había perjudicado, se detuvo. "Espera, Dino. No podemos pasar sin ayudarlo. Es un dinosaurio también."
Dino, que había aprendido a ser leal no solo a sus amigos, sino también a los que normalmente eran sus enemigos, accedió. "Tienes razón, Lía. ¡Vamos a ayudarlo!"
Ambos se acercaron a Rex. "¿Estás bien?" le preguntó Lía.
Rex, algo avergonzado, respondió: "No, creo que me torcí la pata."
Dino puso su cuello alrededor de Rex, mientras Lía buscaba hojas para hacerle un pequeño vendaje. "No te preocupes, Rex, te ayudaremos a llegar a la meta."
Y así lo hicieron, avanzaron todos juntos, apoyándose mutuamente. Aunque no lograron llegar primero, al cruzar la meta, Rex sonrió. "No sé si gané la carrera, ¡pero gané dos amigos!"
Dino y Lía sonrieron de vuelta. "La verdadera amistad no se mide en carreras, Rex. Se mide en la lealtad y ayudar a los demás."
Desde aquel día, Rex se unió al grupo de amigos y el cristal se convirtió en un símbolo de su nueva amistad. Decidieron que, en lugar de quedárselos, lo colocarían en el centro del valle, donde todos podían disfrutar de su belleza. Así, Dino, Lía y Rex aprendieron que la verdadera lealtad no solo consiste en estar al lado de un amigo, sino también en ayudar a los demás, sin importar las diferencias.
Y así, en el valle prehistórico, se forjó una amistad inesperada que unía a todos los dinosaurios, recordándoles siempre la importancia de ser leales y generosos. Fin.
FIN.