La Gran Aventura de la Amabilidad
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villaluz, un lugar conocido por su belleza y armonía, donde todas las personas vivían en paz. Sin embargo, a pesar de su gran encanto, había algo que hacía falta: ¡la amabilidad! Aunque todos eran educados, a menudo olvidaban la importancia de un pequeño gesto amable.
Un día, Lucas, un niño de 8 años con una curiosidad insaciable, decidió que quería hacer algo especial. Así que corrió a la plaza del pueblo y reunió a sus amigos.
"Chicos, ¿qué les parece si hacemos un día de la amabilidad?" - sugirió Lucas con emoción.
Sus amigos, que eran Valentina, Mateo y Sofía, se miraron entre ellos, un poco confundidos.
"¿Día de la amabilidad? ¿Y eso qué es?" - preguntó Mateo.
"¡Es un día en el que haremos buenas acciones para hacer sonreír a los demás!" - respondió Lucas.
Valentina aplaudió emocionada.
"¡Me encanta la idea!" - dijo. "¿Qué podemos hacer?"
Sofía pensó un momento y propuso:
"Podemos ayudar a las abuelitas a cruzar la calle y llevarles compras a casa. ¡Ellas siempre están tan solas!"
Los amigos aceptaron, y comenzaron a repartir tarjetas entre los habitantes del pueblo invitándolos a unirse a su día de amabilidad. Pero, cuando se acercaron a la plaza, se dieron cuenta de que había un niño sentado solo en un rincón. Era Tomás, un niño que nunca jugaba con los demás porque siempre estaba triste.
"Hola, Tomás. ¿Te gustaría unirte a nosotros en el día de la amabilidad?" - le preguntó Lucas.
Tomás miró al grupo con desconfianza y contestó:
"No, gracias. No sé qué es eso. A nadie le importa lo que yo haga."
Los chicos se miraron preocupados.
"¡Cómo que no! Todos somos importantes para Villaluz. Vení, vamos a hacer algo lindo juntos." - insistió Sofía.
Tomás dudó pero decidió acompañarlos. Así que, con alegría y entusiasmo, comenzaron su día de la amabilidad. Ayudaron a las abuelitas, ofrecieron sonrisas a las personas que pasaban, y hasta organizaron un espectáculo improvisado en la plaza.
A medida que avanzaban, Tomás sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: felicidad. De repente, decidió unirse a los juegos y comenzó a sonreír. Cuando llegaron a la tienda del pueblo, Lucas tuvo una idea brillante.
"¿Por qué no escribimos tarjetas de agradecimiento para nuestros maestros?" - sugirió.
Con entusiasmo, todos se pusieron a hacer dibujos y escribir mensajes de gratitud. Cuando terminaron, se encaminaron hacia la escuela.
Al entregar las tarjetas, los maestros se emocionaron.
"¡Qué lindo gesto! Gracias, chicos. Esto hace que nuestro día sea aún más especial." - dijo la maestra Carla, con lágrimas de alegría.
Fue entonces cuando Tomás se dio cuenta de que no era solo sobre hacer cosas por los demás, sino que esos pequeños actos de amabilidad traían felicidad a todos.
Al final del día, el grupo decidió volver a la plaza para reflexionar sobre lo que había ocurrido.
"¡Fue increíble!", dijo Mateo, saltando de alegría.
"¡Sí! Deberíamos hacer esto más seguido!" - añadió valentina.
Tomás, que había sido un observador en un principio, ahora tomó la palabra.
"Chicos, gracias por hacerme parte de esto. No sabía que podía sentirme tan bien ayudando a los demás. ¡La amabilidad me hizo feliz!"
Los amigos sonrieron y se dieron cuenta de que no solo habían ayudado a los demás, sino que también habían cambiado la vida de Tomás para siempre. A partir de ese día, comenzaron a hacer del tercer viernes de cada mes un "Día de la Amabilidad" en Villaluz.
Y así, el pequeño pueblo comenzó a florecer con sonrisas, gestos amables y corazones alegres. La amabilidad, que una vez fue escasa, ahora crecía y se expandía como el sol en un hermoso día. Todos aprendieron que, cuando compartimos amabilidad, hacemos del mundo un lugar mejor.
Fin.
FIN.