La Gran Aventura de la Casa Comida



Había una vez un pequeño pueblo llamado Sabores, donde cada casa era especial. Una de ellas, conocida como Casa Comida, tenía la particularidad de que cada vez que alguien se acercaba, el aroma de deliciosos platos flotaba en el aire. Pero lo que pocos sabían era que la casa también tenía un secreto: ¡podía hablar!

Un día soleado, un grupo de niños del vecindario decidió jugar en el patio de Casa Comida.

"¡Hola, Casa Comida!" - gritaron los niños.

"¡Hola, pequeños aventureros!" - respondió la casa con una voz suave y acogedora. "¿Cómo están en este hermoso día?"

"¡Bien! Pero queremos ir a explorar y encontrar cosas ricas para comer" - dijo Clara, la más curiosa del grupo.

La casa sonrió. "¡Eso me parece genial! Pero, ¿han pensado dónde irán? Necesitarán valor y un buen plan para conseguir la mejor comida de la ciudad."

Los niños se miraron intrigados. "¡Podemos ir al Mercado de Sabores! Dicen que allí hay frutas y verduras mágicas" - propuso Tomás, que siempre había oído hablar de las maravillas de ese lugar.

"Pero hay que tener cuidado, hay que evitar la Calle de la Procrastinación. Allí algunas cosas pueden distraerlos mucho" - advirtió Casa Comida, recordando las travesuras de otros niños.

Los niños, emocionados, se pusieron en marcha. Con una mochila llena de botellas de agua y galletas, comenzaron a caminar hacia el mercado. En el camino, se encontraron con su amigo Lucas, quien estaba jugando con una cometa.

"¿A dónde van?" - preguntó Lucas.

"¡A buscar comida rica! ¿Te venís?" - invitó Clara.

"Claro, pero tengo que volar mi cometa primero. ¡Voy a ganar la competencia del pueblo!" - exclamó Lucas emocionado.

"No te olvides de nosotros cuando ganes, ok?" - bromeó Tomás.

Mientras Lucas se distraía, los niños continuaron su camino. De pronto, escucharon un ruido raro que provenía de un arbusto al costado del sendero.

"¿Qué fue eso?" - susurró Clara, un poco asustada.

"¡Tal vez es un monstruo comiendo papas fritas!" - rió Tomás para tranquilizarlos.

Decididos a investigar, los niños se acercaron y descubrieron que el ruido era un pequeño zorro, ¡y estaba atrapado en una trampa!"¡Pobrecito!" - exclamó Clara. "Debemos ayudarlo."

"Pero... ¿y si nos muerde?" - dijo Tomás, dudando.

"No podemos dejarlo así, es un ser vivo" - insistió Clara.

Así que, con mucho cuidado, los niños trabajaron en equipo y lograron liberar al zorro. El pequeño animal, en vez de huir, los miró con gratitud y movió la cola.

"Gracias, amigos, ¡no sé qué habría hecho sin ustedes!" - dijo el zorro sorprendentemente.

"¿Sabes hablar?" - preguntó Tomás con asombro.

"Sí, y soy el Guardián de los Sabores. ¿Qué planean hacer hoy?" - respondió el zorro.

"Vamos al Mercado de Sabores a buscar comida rica, ¿quieres venir?" - preguntó Clara.

"Por supuesto, seguiré su camino. Pero prometan que una vez que encuentren algo especial, compartirán conmigo" - pidió el zorro.

Los niños aceptaron encantados y continuaron su aventura juntos. Al llegar al Mercado, se encontraron con puestos de frutas que brillaban como si estuvieran llenos de estrellas.

"¡Miren esas cerezas brillantes!" - exclamó Tomás.

"Y esas empanadas humeantes parecen deliciosas" - añadió Clara.

Un vendedor los llamó. "¿Quieren probar mis productos? Tengo frutas que dan energía y especias que bailan."

Los niños aceptaron y disfrutaron de todo lo que el mercado ofrecía. Pero cuando empezaron a irse, se dieron cuenta de que habían pasado tanto tiempo disfrutando que se habían olvidado de su promesa con el zorro.

"¡Oh no! Debemos buscarlo y compartirle lo que encontramos" - dijo Clara preocupada.

"¡Sí! No podemos ser egoístas" - concordó Tomás.

Buscando y llamando al zorro, finalmente lo encontraron durmiendo en un rincón del mercado. Los niños se acercaron suavemente.

"¡Despierta, amigo!" - gritó Tomás. "¡Traemos comida rica para compartir!"

El zorro se estiró y sonrió. "Parece que tuvieron un día maravilloso. Estoy muy feliz por ustedes, y por supuesto, ¡compartir comida siempre es mejor!"

Todos se sentaron juntos y disfrutaron de los manjares. La Casa Comida los observaba desde la distancia, sonriendo.

"Recuerden, pequeños aventureros, el valor no solo está en explorar, sino también en compartir con quienes tenemos cerca" - dijo Casa Comida en su mente, sabiendo que la verdadera riqueza estaba en la amistad y los buenos momentos vividos.

Desde ese día, los niños no solo se aventuraron por el pueblo en busca de deliciosas comidas, sino que también aprendieron a valorar la amistad y la importancia de compartir. Y cada vez que regresaban a su vecindario, la Casa Comida les gritaba entusiasmada, sabiendo que había un nuevo manjar que compartir también con sus habitantes.

"¡Hola, pequeños aventureros! ¿Listos para la próxima aventura?" - los saludaba la casa siempre que regresaban. Y así, ellos nunca dejaron de buscar y compartir juntos.

FIN.

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