La gran aventura de la doctora Luna



En un pequeño pueblo llamado Sonrisa, había una doctora llamada Luna que siempre estaba ocupada atendiendo a sus pacientes. Sus días eran largos y llenos de alegría, pero también de mucho trabajo. Aunque le encantaba ayudar a los demás, a veces, su cuerpo le pedía un descanso.

Un día, mientras trataba de organizar su día, llegó un niño pequeño llamado Tomás.

"¡Doctora Luna! Tengo dolor en mi brazo, me parece que me lastimé jugando al fútbol" - dijo Tomás, tratando de contener las lágrimas.

"No te preocupes, Tomás. Ven, siéntate aquí y déjame revisarte" - respondió la doctora, con una sonrisa cálida.

Después de atender a Tomás, vio que la fila de pacientes no terminaba. Los papás, mamás y niños esperaban ansiosos su turno. La doctora Luna sabía que no podía dejar a nadie sin atención, pero su cuerpo empezaba a cansarse. Miró por la ventana y vio a un hermoso colibrí volando de flor en flor.

"¿Sabías que los colibríes nunca se quedan parados? Siempre están en movimiento, pero también se detienen a descansar cuando lo necesitan. Quizás yo debería hacer lo mismo" - pensó Luna para sí misma.

De repente, escuchó un ruido en la sala de espera. Un grupo de niños estaban riendo y jugando con un globo. Luna se acercó a ellos y preguntó:

"¿Qué están haciendo, pequeños?"

"Estamos lanzando el globo y viendo quién logra atraparlo más alto" - respondió una niña llamada Sofía, con los ojos brillantes.

Al ver sus sonrisas y su energía, a Luna se le ocurrió una idea.

"¿Y si jugamos un ratito juntos antes de que yo continúe atendiendo a los pacientes?"

Los niños se miraron emocionados y asintieron. Luna sopló un globo hacia el aire y empezó a jugar con ellos.

Después de unos momentos de risas y juegos, Luna decidió que era el momento de tomar un breve descanso.

"Chicos, lo pasé muy bien, pero necesito tomar un pequeño descanso para recargar energía. ¿Pueden ayudarme a cuidar la sala mientras me tomo unos minutos?"

"¡Sí, doctora!" - respondieron todos al unísono, llenos de entusiasmo.

Luna se alejó un momento y se sentó en el parque que estaba frente al consultorio. Observó el cielo y respiró hondo. En ese momento, entendió que incluso los héroes como ella, que siempre ayudan a los demás, necesitan cuidar de sí mismos.

Mientras tanto, en la sala de espera, los niños habían tomado su trabajo muy en serio. Coordinaban los turnos de los pacientes y hacían juegos para que la espera fuera más divertida.

Cuando Luna regresó, encontró a todos los niños riendo y ayudando, y eso le llenó el corazón de alegría.

"¡Vean lo que han hecho! Ustedes son unos excelentes ayudantes" - exclamó.

Sofía, con una sonrisa radiante, dijo:

"Fue muy divertido, doctora Luna, ¡podemos ayudar cada vez que necesite descansar!"

Luna supo que había encontrado una manera de disfrutar de su trabajo sin agotarse. Desde ese día, los niños del pueblo comenzaron a ayudar y convertir la sala de espera en un lugar divertido. Así, la doctora Luna no solo atendía a sus pacientes, sino que también contaba con la ayuda de sus amigos para que todos estuvieran felices mientras esperan su turno.

Y así, en el pueblo de Sonrisa, la doctora Luna aprendió que tomarse un descanso y divertirse con sus amigos era parte de ser una gran doctora, y que cuidar de uno mismo es tan importante como cuidar de los demás.

FIN.

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