La Gran Aventura de la Escuela Rota



Era un soleado lunes en el barrio de Palavecino y los niños de la Escuela Primaria 10 estaban emocionados por comenzar el día. Sin embargo, al llegar, se dieron cuenta de que la escuela estaba cerrada con cintas de advertencia. -

- ¿Qué pasó? - preguntó Lucía, con su mochila azul al hombro. -

- No lo sé, pero me parece raro - respondió Tomás, mientras miraba con curiosidad. -

Los niños se asomaron y vieron que el cartel decía: "¡LA ESCUELA ROTA!".

- ¿Cómo que está rota? - se quejó Martín. -

- No podemos dejar que esto arruine nuestro año escolar - afirmó Valentina, con firmeza. -

- ¡Tenemos que hacer algo! - propuso Matías, un niño más pequeño pero con mucha determinación. -

Los amigos decidieron investigar. Al acercarse, encontraron a la directora, la señora Pérez, hablando con unos operarios. -

- Buenas, chicos. - dijo la directora al verlos. - Lamentablemente, hubo un problema con el sistema de cañerías y necesitamos arreglarlo. No podremos tener clases aquí por un tiempo. -

- Pero ¡tenemos que aprender! - exclamó Lucía. -

- Podríamos ir al parque - sugirió Tomás. - Allí podemos estudiar al aire libre. -

- ¡Sí! ¡Esa es una gran idea! - aceptó Valentina, emocionada. -

Así que, armados con libros y cuadernos, los niños se dirigieron al parque. Allí, bajo la sombra de un gran árbol, comenzaron a estudiar. Pero pronto se dieron cuenta de que no era lo mismo que estar en el aula. -

- No puedo concentrarme - se quejó Martín. - Hay muchos ruidos. -

- Pero mira el lado bueno, estamos al aire libre y podemos jugar después - dijo Matías, intentando ser optimista. -

Sin embargo, mientras pasaban los días, la falta de una escuela adecuada y el desánimo empezaron a hacerse notar. La señora Pérez les llevó varios materiales a casa, pero no era igual. Un día, durante un recreo improvisado, Lucía propuso: -

- ¿Y si construimos nuestra propia escuela en el parque? -

- ¿Cómo haremos eso? - preguntó Tomás, intrigado. -

- Podemos reunir cajas, sillas y todo lo que se nos ocurra. - dijo Valentina, entusiasmada. -

Así los niños se pusieron manos a la obra. Juntaron cajas grandes, mantas y algunos bancos viejos que encontraron. Tras horas de trabajo, lograron armar un aula improvisada en el parque. -

- ¡Miren lo que hicimos! - gritó Matías, orgulloso. -

El día siguiente, cuando la escuela estaba completamente cerrada, los niños empezaron a tener sus clases en su nueva ‘escuela’ del parque. Los padres de los niños, al enterarse, no podían creer lo que habían hecho. Las enseñanzas continuaron al aire libre con juegos, canciones y mucho aprendizaje. La noticia llegó a la comunidad y más niños se unieron a ellos. -

- Esto es increíble. Nunca pensé que seríamos una escuela en el parque. - dijo Tomás, aún sorprendido. -

Con el tiempo, la señora Pérez, conmovida por la iniciativa de los pequeños, organizó una reunión con los padres para hacer un festival en el parque y recaudar fondos para ayudar a la escuela a estar lista más rápido. La comunidad respondió con generosidad, y los niños no solo aprendieron a resolver problemas, sino también cómo unirse para ayudar a esa cosa que tanto amaban: su escuela.

Finalmente, después de semanas de esfuerzo, la escuela volvió a abrir sus puertas. La primera clase que tuvieron fue, como no podía ser de otra manera, en el parque, donde sus padres les habían preparado una gran fiesta. -

- ¡Lo logramos! - gritó Martín, rodeado de todos sus amigos. -

- Y todo gracias a nuestra idea - dijo Lucía, sonriendo. -

En el corazón de la comunidad de Palavecino, los niños aprendieron que, aunque a veces las cosas no salen como habían planeado, siempre hay una manera de adaptarse y salir adelante. La amistad y el trabajo en equipo son las mejores herramientas para superar cualquier desafío. Y desde entonces, cada vez que la escuela enfrentaba un problema, todos recordaban lo que un grupo de niños había logrado construir en el parque. -

FIN.

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