La gran aventura de las ovejas traviesas



Santiago, conocido como Santi, era un hombre amable y trabajador que vivía en una pequeña granja en el campo. Cada día, se despertaba con el canto de los pájaros y la brisa fresca que acariciaba su rostro. Tenía un rebaño de ovejas, que eran su orgullo y alegría. Pero había algo más: Santi era un soñador. Siempre se imaginaba aventuras en tierras lejanas, mientras sus ovejas pastaban tranquilas en el campo.

Una mañana soleada, Santi se encontraba trabajando en el huerto, cosechando tomates y zanahorias. Sin darse cuenta del paso del tiempo, decidió darle de comer a las ovejas. "Hoy les prepararé su comida favorita: heno con un poco de maíz", murmuró mientras se dirigía al corral.

Al llegar, Santi tuvo una distracción al ver que la flor de un girasol había crecido inmensa. "¡Mirá qué maravilla!", exclamó, acercándose para contemplar la flor.

En su emoción, olvidó cerrar la tranquera que daba al campo. Las ovejas, intrigadas por la nueva aventura que se les presentaba, empezaron a salir una a una, moviendo sus cabezas y beboteando por el camino.

Cuando Santi finalmente se dio cuenta, ya era demasiado tarde. "¡Oh no!", gritó con preocupación. Las ovejas habían tomado la decisión de explorar el mundo. Rápidamente, se puso su sombrero de paja y salió corriendo tras ellas.

Las ovejas, guiadas por su curiosidad, empezaron a saltar y correr hacia el bosque cercano. "¡Vengan, ovejas! ¡Vuelvan!", gritaba Santi mientras las seguía. Pero ellas solo parecían escuchar el llamado del viento y la música del campo.

A medida que Santi se adentraba en el bosque, se dio cuenta de que no estaba solo. Un pequeño zorro, que observaba la situación desde lejos, decidió acercarse. "¿Por qué estás corriendo, hombre?", preguntó el zorro con curiosidad.

"Mis ovejas se escaparon y no sé cómo llevarlas de vuelta", respondió Santi, preocupado.

El zorro, con una sonrisa traviesa, le dijo: "No te preocupes, tengo una idea. "Vamos a hacer una divertida carrera. Las ovejas nunca podrán resistirse a un juego."

Santi, aun un poco dudoso, decidió seguir al zorro. Juntos comenzaron a idear un plan. El zorro sugirió que hicieran ruidos divertidos y llamativos para que las ovejas se acercaran. "Yo haré un sonido como de cuerno y tú puedes bailar para atraerlas", propuso.

Santi asintió con entusiasmo. Comenzaron a correr por el campo, haciendo ruidos raros y saltando alegremente. "¡Bip bip!", gritaba el zorro mientras hacía piruetas. Santi se unió a la diversión, haciendo saltos de alegría y moviendo los brazos como si volara.

Al poco tiempo, las ovejas, intrigadas por el alboroto, comenzaron a acercarse. "¡Miren! ¡Son ellos!", exclamó Santi. "Creo que están interesándose por nuestra fiesta. ¡Sigamos!"

Las ovejas, atraídas por los sonidos y las risas, empezaron a acercarse lentamente. Cuando se dieron cuenta de que Santi y el zorro estaban llamándolas, corrieron en su dirección.

"¡Eso es! ¡Vengan, amigas!", gritó Santi al ver cómo sus ovejas lo seguían. El zorro, ¡había tenido razón!

Una vez que las ovejas estuvieron todas reunidas, Santi dio un gran suspiro de alivio. "¡Lo logramos! Gracias por tu ayuda, amigo zorro", dijo con gratitud.

"Siempre estoy aquí para ayudar, Santi. La próxima vez, asegúrate de cerrar la tranquera", respondió el zorro, guiñando un ojo.

Santi tomó a sus ovejas y comenzó el camino de regreso a casa, con una gran sonrisa en su rostro. Esa aventura no solo había sido emocionante, sino que había aprendido la importancia de prestar atención a los detalles.

Esa noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo, Santi les contó a sus ovejas sobre su pequeño amigo, el zorro, y cómo juntos habían logrado que volvieran a casa.

Y así, cada vez que Santi pasaba junto a la tranquera, se aseguraba de cerrarla bien, recordando que a veces las aventuras inesperadas pueden enseñarnos lecciones valiosas. Desde aquel día, sus ovejas nunca volvieron a escaparse y Santi, con su corazón lleno de alegría, organizaba pequeñas fiestas cada vez que el zorro venía a visitarlo, siempre cuidando de mantener la tranquera bien cerrada.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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