La Gran Aventura de los Abuelos en la Granja



Era un hermoso día soleado en la granja de los abuelos Juan y Rosa. Los dos eran conocidos en el vecindario por su amor hacia los animales y las plantas, pero también por su increíble habilidad para contar historias. Hoy, habían decidido hacer algo muy especial: abrir las puertas de su granja a los niños más pequeños del barrio.

Cuando los pequeños llegaron, sus ojos brillaban de emoción. La abuela Rosa les recibió con los brazos abiertos.

"¡Hola, mis pequeños aventureros! Bienvenidos a nuestra granja. Aquí hay muchos secretos por descubrir."

Juan, con su espíritu juguetón, ya había preparado algo divertido.

"Vamos a hacer nuestra primera parada en el corral. Allí viven nuestras amigas las gallinas. ¡Qué tal si les damos de comer unos granos!"

Los niños aplaudieron y gritaron de alegría. Se acercaron al corral y, al ver a las gallinas picoteando, empezaron a reír.

"¡Mirad cómo saltan!" -dijo una niña llamada Lila, señalando a una gallina que trataba de alcanzar un grano que estaba un poco más lejos.

"Sí, son muy gritonas y siempre tienen hambre. ¿Quieren ayudarme a darles de comer?" -preguntó Juan.

Mientras alimentaban a las gallinas, la abuela Rosa decidió contarles una historia.

"Érase una vez, una gallina llamada Clara, que soñaba con volar..." -comenzó a narrar, mientras los niños se acomodaban alrededor.

De repente, un fuerte ruido sacudió el lugar.

"¡Bip, bip!" -sonó un pajarito al volar.

"Pero, ¿qué fue eso?" -preguntaron los niños, un poco asustados.

"No se preocupen, chicos. Solo fue un pequeño pájaro que se asustó y salió volando. Vamos a seguir explorando. ¡A la zona de los cerdos!" -dijo Juan, intentando calmar su inquietud.

Cuando llegaron a la zona de los cerdos, se dieron cuenta de que uno de ellos, llamado Pedro, estaba muy curiosos y revolcándose en el barro.

"¡Miren cómo juega!" -exclamó Lila.

"¡Y cómo se ríe!" -dijo otro niño.

La abuela Rosa se unió al juego.

"A Pedro le encanta ensuciarse. ¿Les gustaría saber por qué?"

"¡Sí!" -gritaron todos.

"Él se siente cómodo y feliz cuando puede revolcarse. ¡Como ustedes se sienten cuando juegan en el parque!" -explicó Rosa con una sonrisa.

Poco después, Juan tuvo una idea en su mente.

"Chicos, ¿y si hacemos una carrera de obstáculos y ayudamos a nuestros animales?"

"¡Siiii!" -gritaron todos a la vez, emocionados por la nueva aventura.

Con ayuda de los abuelos, los pequeños prepararon su carrera. Usaron baldes, conos y algunos neumáticos viejos. Establecieron un recorrido lleno de risas y juegos.

"Ven, Lila. ¡Debemos saltar el balde y correr hacia Pedro! ¡Vamos!" -dijo un niño llamado Tomi.

A medida que avanzaban en la carrera ayudaban a los animales a encontrar su comida, y cada vuelta generaba más risas. En el trayecto Juan y Rosa se admiraban de cómo se ayudaban entre ellos…

"¡Mira cómo se cuidan! ¡Son un gran equipo!" -comentó rosa.

"Sí, parece que han aprendido la importancia de ayudarse mutualmente."

El día llegó a su fin y los abuelos, felices, decidieron acercarse a un viejo árbol para descansar.

"Hoy fue un día lleno de aventuras. ¿Qué aprendimos?" -preguntó Rosa.

"¡Que ayudar a los animales es divertido!" -exclamó Lila.

"¡Y trabajar en equipo es lo mejor!" -dijo Tomi.

Entonces Juan decidió que sería una gran idea celebrar lo aprendido.

"¿Y si hacemos una fiesta para todos los animales de la granja?" -sugirió entusiasmado.

"¡Sí! Que todos vengan a la fiesta!"

"Y vamos a hacerle unos helados de frutas a Pedro para que él también celebre."

Esa noche, la granja de los abuelos se llenó de luces y risas. Todos los animales estaban invitados y lo pasaron fenomenal.

"¡Qué día tan especial!" -dijo Juan, mientras todos bailaban y disfrutaban juntos.

"Exacto. Aquí aprendimos que ayudar y compartir nos hace grandes amigos. ¡Hasta la próxima aventura!"

Y así, el día en la granja terminó, pero en los corazones de los niños quedó grabada la lección: la amistad y la ayuda mutua son siempre las mejores aventuras.

FIN.

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