La Gran Aventura de los Dulces Perdidos
Era una noche de Halloween en el pueblito de Fantasía. Las decoraciones llenaban las casas con calabazas, telarañas y luces brillantes. Todos los chicos estaban emocionados por salir a pedir dulces, pero entre ellos había uno que no podía disfrutar de la fiesta.
Su nombre era Lucas. A Lucas le encantaba Halloween, pero había un problema: era muy tímido. Por eso, aunque sus amigos lo invitaban, nunca se animaba a salir a pedir dulces. Esa noche, mientras miraba por la ventana su amigo Julián lo llamó.
"¡Lucas! ¡No podés quedarte acá! ¡Es Halloween! ¡Vení, vamos a pedir dulces juntos!"
"No, gracias. No me siento listo..." respondió Lucas, mirando su disfraz de fantasma, que le había hecho su mamá.
Julián, con su disfraz de superhéroe, suspiró y se le ocurrió una idea.
"¡Te tengo una idea! ¡Hagamos algo diferente!" dijo Julián con una sonrisa. "Podemos buscar la leyenda de los dulces perdidos. Dicen que en el bosque de la colina hay una cueva llena de caramelos encantados."
Lucas dudó un poco, pero la idea de valientes aventureros lo emocionó. Así que aceptó.
Con linternas en mano, los dos amigos se adentraron en el bosque. Las sombras danzaban entre los árboles, y el viento susurraba secretos.
"¿Estás seguro de que tenemos que ir por aquí?" preguntó Lucas, sintiendo un escalofrío.
"¡Claro! Es parte de la aventura. Solo hay que ser valientes." dijo Julián.
Después de un rato, llegaron a una cueva oscura. La entrada estaba cubierta de hojas secas y telarañas.
"¿Estamos seguros de querer entrar?" dijo Lucas, sintiendo que la timidez regresaba.
"No hay nada que temer, ¡vamos!" dijo Julián, dándole un empujón amistoso.
Dentro de la cueva, todo era silencio. Pero, a medida que se adentraban más, de repente escucharon un ruido extraño.
"¿Qué fue eso?" susurró Lucas, con los ojos abiertos como platos.
"Quizás son los dulces que nos están llamando" dijo Julián, intentando mantener la risa.
Siguieron avanzando hasta que encontraron un gran caldero que burbujeaba. En el interior, había caramelos de colores brillantes flotando.
"¡Lo logramos! ¡Los dulces perdidos!" gritó Julián.
Pero de repente, un pequeño duende apareció frente a ellos.
"¡Alto ahí!" dijo el duende, con una voz juguetona. "Estos caramelos son mágicos y solo se pueden llevar si demuestran ser valientes y amables. ¿Qué están dispuestos a hacer para obtenerlos?"
Lucas miró a Julián, quien se encogió de hombros.
"¡Queremos compartirlos con todos los chicos de nuestro pueblo!" afirmó Julián.
"¿Y qué harían si a alguien le gustaría un dulce pero no tiene miedo de pedirlo?" preguntó el duende.
Lucas se sintió pequeño.
"Quizás podríamos enseñarle a pedirlo, a que no se sienta mal por hacerlo..." se animó a decir.
El duende sonrió.
"¡Ustedes son más valientes de lo que pensaban! Aquí tienen sugiero algunas magias. Lleven sus dulces y compartan este secreto con todos.”
Con los brazos llenos de caramelos encantados, Lucas y Julián regresaron al pueblo. Ni bien llegaron, invitaron a todos a una fiesta de dulces donde cada chico podía pedir lo que quisiera, sin miedo.
"¡Gracias, Lucas!" dijo uno de sus nuevos amigos. "¡Nunca pensé que pedir sería tan fácil!"
Y así, ese Halloween no solo obtuvieron dulces, sino que también ayudaron a otros a descubrir el valor de ser valientes y pedir lo que necesitaban.
Desde ese día, Lucas ya no se sintió más tímido. Con sus amigos, había descubierto que el verdadero espíritu de Halloween no solo estaba en los dulces, sino también en compartir, ayudar y ser valiente. Y así, cada año, celebraban juntos la Gran Fiesta de los Dulces Perdidos.
FIN.