La Gran Aventura de los Peloteros
En una pequeña escuela en el barrio, había tres chicos muy traviesos: Benjamín, Santiago y Máximo. Siempre que sonaba el timbre del recreo, se lanzaban al patio con una sola idea en la cabeza: jugar a la pelota, dejando de lado el ruido del aula. Esa pasión por el fútbol los llevaba a hacer jugadas improvisadas entre juegos recreativos, pero también a meterse en problemas con la dirección.
Un día, mientras la maestra Clara explicaba sobre la importancia de trabajar en equipo, Benjamín se asomó por la ventana del aula justo cuando el timbre sonó.
"¡Recreo!" gritó, interrumpiendo a la maestra. Los tres amigos se miraron y, sin pensarlo, corrieron al patio, dejando libros y lápices atrás.
"¡Vamos!" exclamó Santiago, ansioso. "Hoy me siento como Messi".
"Sí, pero recordá que no podemos seguir así. Siempre nos mandan a la dirección", advirtió Máximo, que aunque le encantaba jugar, tenía un lado sensato.
"Un rato más no hace daño", dijo Benjamín, mientras tocaban la pelota.
Mientras se divertían, la maestra Clara se acercó a ellos con una mirada seria.
"Chicos, ¿no saben que hay reglas en la escuela?" preguntó.
"Sí, pero el fútbol es más divertido que estudiar" respondió Benjamín con una sonrisa despreocupada.
La maestra suspiró. "Entiendo que les gusta jugar, pero deben pensar en las consecuencias".
No pasó mucho tiempo antes de que, tras un tiro potente de Santiago, la pelota voló y rompió una ventana. Todos se quedaron boquiabiertos.
"¡Oh, no!" dijo Máximo, mirando la pelota como si fuese un objeto maldito.
"Chicos, eso nos va a costar", dijo Santiago, dándose cuenta de que habían cruzado la línea.
Esa misma tarde, fueron enviados a la dirección, donde el director Carlos los miraba con seriedad.
"Ustedes no pueden jugar así. ¿Qué piensan hacer ahora?" les preguntó.
"Lo sentimos, señor. Fue un accidente" dijo Benjamín, sintiéndose un poco culpable.
"Aceptamos la responsabilidad, pero no queremos que se nos prohíba jugar más" agregó Santiago nervioso.
El director sonrió levemente, sorprendido por su sinceridad. "¿Qué les parecería si formamos un equipo de fútbol en la escuela? Podrían jugar en horario de actividades, así aprenderían a trabajar juntos de una manera correcta. ¿Qué opinan?"
Los chicos se miraron entre sí y sonrieron emocionados. "¡Nos parece genial!" gritaron al unísono.
Así comenzó la historia del equipo de la escuela, nombrado 'Los Peloteros'. La primera práctica se llevó a cabo al día siguiente, y los chicos no podían contener la emoción. Con la premisa de que jugarían dentro de un marco respetuoso y deportivo, aprendieron no solo a jugar al fútbol, sino también el valor de la amistad y el trabajo en equipo.
Con el tiempo se unieron más compañeros, y la maestra Clara apoyó la iniciativa, organizando jornadas de juegos en las que fomentaban no únicamente el deporte, sino también la cooperación y el respeto.
"Chicos, se dieron cuenta que trabajar en equipo es mucho más gratificante que hacerlo solos”, mencionó Clara un día, al ver a todos sus alumnos animados y disfrutando del juego.
El día del primer torneo intercolegial llegó, y Los Peloteros estaban listos. Con un nuevo uniforme y muchas ganas, se lanzaron al campo. La emoción les hacía saltar de alegría.
"¡Vamos, viamos a ganar!" gritó Máximo, que se había convertido en el capitán del equipo.
En el torneo, aunque su equipo no ganó el primer puesto, sí aprendieron a dar lo mejor de sí y a valorar a sus compañeros, convirtiéndose en un referente para otros chicos de la escuela.
Al final del día, en el podio, sosteniendo el trofeo de participación, Santiago exclamó: “No fue solo el juego, ¡fue una gran aventura en equipo! ”
Así, Benjamín, Santiago y Máximo aprendieron que el juego es más que un pasatiempo; es una oportunidad para unirse y aprender de los demás. Desde ese día, nunca más volvieron a ser enviados a la dirección.
Y así, se convirtieron en los mejores amigos, dentro y fuera del campo.
FIN.