La Gran Aventura de los Sueños
Era un hermoso día de verano, y un grupo de niños del barrio decidió reunirse en el parque para hablar de sus sueños y aventuras. Rocío fue la primera en hablar.
- Yo soy Rocío, me baño en el río, ¡y me encanta! - dijo mientras sonreía.
- Yo me llamo Victoria y yo quiero la gloria - respondió Victoria, con los ojos brillantes de emoción.
- Yo soy Facundo, ¡si nado no me hundo! - exclamó, haciendo movimientos de natación en el aire.
- Yo soy Isaccito, canto despacito - dijo con un tono melodioso que hacía reír a todos.
- Yo soy Sabrina, como mandarina - continuó ella, lanzando una mandarina al aire y atrapándola con una mano.
- Vamos a la escuela, Javier Lazcano - añadió un niño que estaba escuchando desde lejos.
- Yo soy Aitana, pelo una manzana - dijo Aitana, sosteniendo una manzana roja en su mano.
- Yo soy Alexia, me voy para Grecia - concluyó, levantando los brazos como si volara.
Los niños compartían sus sueños e ideas de aventuras, soñando con lo que les gustaría ser cuando grandes.
Uno de ellos, Facundo, que siempre tenía buenas ideas, propuso una aventura.
- ¿Qué tal si buscamos un tesoro escondido en el bosque? - sugirió entusiasmado.
Todos los niños se miraron con emoción.
- ¡Sí! ¡Eso suena increíble! - gritaron juntos.
Así, decidieron que al día siguiente se encontrarían en la entrada del bosque con mochilas, mapas y muchas ganas de descubrir.
Al llegar al bosque, la aventura comenzó. Mientras caminaban, Isaccito empezó a cantar, lo que hizo que todos se sintieran más animados.
- ¡Canta un poco más despacito, Isaccito! - pidió Rocío con una sonrisa.
Los risas y la música llenaron el aire hasta que, de repente, encontraron un mapa antiguo que parecía indicar la ubicación del tesoro.
- ¡Miren esto! - gritó Alexia, señalando el mapa.
- ¡Vamos a seguirlo! - dijo Victoria, emocionada. Todos se pusieron en acción, siguiendo las pistas del mapa.
Pero a medida que avanzaban, se encontraron con un gran charco que bloqueaba su camino.
- Yo soy Facundo, ¡si nado no me hundo! - exclamó, preparándose para saltar.
- Esperá, Facundo, ¡quizás no sea buena idea! - advirtió Aitana.
- ¿Y si buscamos una manera de cruzar sin mojarnos? - sugirió Sabrina, mirando a su alrededor.
Después de un rato de pensar, encontraron unos troncos que podían servirles de puente.
- ¡Vamos a hacerlo juntos! - dijeron todos y, ayudándose, lograron cruzar el charco.
Finalmente, después de muchas aventuras, llegaron a un viejo árbol donde, según el mapa, estaba el tesoro.
- ¡Lo encontramos! - gritaron todos al mismo tiempo, cavando con entusiasmo.
Después de un par de minutos de cavar, encontraron un cofre.
- ¡Abrámoslo! - dijo Rocío con impaciencia.
Todos estaban ansiosos y al abrirlo, encontraron... ¡un montón de cartas y dibujos hechos por otros niños que, como ellos, soñaban con grandes aventuras!
- Esto no es un tesoro de oro, pero es aún mejor - dijo Victoria, mirando todas las cartas.
- Sí, son nuestros sueños, ¡y eso es lo que realmente importa! - agregó Aitana, feliz.
Y así, los niños aprendieron que la verdadera riqueza no siempre se encuentra en objetos material, sino en la amistad y en los sueños compartidos. Juntos decidieron dejar sus propias cartas para que otros niños las encontraran en el futuro.
Desde entonces, el grupo se reunió cada semana, no solo para soñar, sino también para hacer realidad pequeñas aventuras, sintiendo que, aunque cada uno tenía sus metas personales, al final, la gloria estaba en estar juntos y disfrutar de la amistad.
Fin.
FIN.