La Gran Aventura de Maltilda



Era un día brillante y soleado en la pequeña ciudad de Santa Alegría. Maltilda, una bebé de ojos curiosos y rítmicos risas, estaba a punto de vivir una emocionante aventura: iba a recibir su bautismo. Mientras ella jugaba en su cuna, sus padres estaban en la sala, preparando todo lo necesario para la ceremonia.

"¿Has elegido ya a los padrinos, amor?", preguntó su mamá mientras organizaba unos dulces en la mesa.

"Sí, creo que los mejores son Lucas y Carla. Son muy responsables y siempre están ahí para ayudar", respondió su papá con una gran sonrisa.

Maltilda escuchaba atentamente todo desde su cuna. Se imaginaba a sus padrinos como héroes, tal vez un príncipe y una princesa que vendrían a rescatarla de su cuna de vez en cuando.

Luego llegó el momento de hablar con el sacerdote, que los guiaría en todo el proceso. Don Ramón, un hombre amable con una barba blanca, les explicó el significado del bautismo.

"El bautismo es un momento hermoso, es cuando Maltilda comenzará su aventura como parte de nuestra gran familia. Es un día para celebrar la alegría de la vida y el amor que nos unirá a todos", dijo don Ramón mientras les sonreía.

Maltilda se imaginaba a sí misma vistiendo un vestido blanco precioso, como el de una pequeña princesa. Con cada palabra de don Ramón, su alma se llenaba de luz y amor.

Los días pasaron mientras sus padres organizaban los últimos detalles: la torta, los invitados, los globos, y hasta la música. Maltilda, en su pequeño mundo de sueños, comenzó a pensar cómo sería su vida como la hija de Dios. Se imaginaba bailando por los cielos, jugando con nubes de algodón de azúcar y rodeada de estrellas que brillaban por ella.

Un día, mientras sus papás organizaban todo, Maltilda escuchó algo que la hizo sentir un poco extraña. Su mamá hablaba sobre una vecina que no podría asistir al bautismo porque estaba mal.

"Pobre Marta, siempre tan generosa. Ojalá pueda estar aquí para compartir este hermoso día con nosotros", decía su mamá, un poco triste.

Maltilda, con su inocente corazón, se imaginó entonces que podría ayudar. Tal vez, si ella pudiera volar, iría y le llevaría a Marta una estrella brillante o un juguete. Entonces, pensó en su vestido blanco y lo extendió en su mente a Marta, para que ambas pudieran ser princesas ese día.

Finalmente, llegó el gran día. Maltilda lucía radiante con su vestido blanco y su diadema de flores. Estaba rodeada de amor y sonrisas mientras llegaban los invitados. Lucas y Carla, sus padrinos, llegaron llenos de alegría.

"¡Mirá cómo brilla nuestra pequeña!", dijo Carla al abrazarla.

"Sí, hoy es el principio de algo mágico", agregó Lucas, con un guiño.

La ceremonia comenzó y Maltilda escuchaba las palabras de don Ramón que llenaban su pequeño corazón de felicidad. Él habló de amor, unidad y el bello camino que todos compartían. Fue un momento memorable, lleno de caricias y buenos deseos.

Cuando don Ramón sumergió a Maltilda en el agua con ternura, ella sonrió, sintiéndose ligera y feliz. Pudo imaginarse finalmente volando en el cielo, rodeada de tantos ángeles amigos que la aclamaban.

Al final de la ceremonia, todos se reunieron para celebrar. En ese momento, Maltilda miró a su mamá y a su papá, rodeada de toda esa gente maravillosa, y se dio cuenta de que así era su vida: llena de amor.

Mientras todos disfrutaban de la fiesta, Maltilda le preguntó a su mamá si Marta podría unirse a la fiesta otro día. Y su mamá sonrió, comprendiendo el deseo de su hija.

"Claro, mi amor. Siempre hay espacio para más amor en nuestras vidas", dijo.

Maltilda fue creciendo y aprendiendo sobre el amor, la amistad, y la importancia de cuidar a los demás. Cada vez que miraba el cielo, recordaba que cada estrella era una bendición, y que un día, todos podrían bailar juntos en esa danza de amor eterno.

Así, Maltilda aprendió que, ser parte de esta gran familia significaba ayudar, compartir y, sobre todo, amar con el corazón.

FIN.

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