La Gran Aventura de Pipo, Rocco y Lía



Era un hermoso día de sol en el barrio de Villa Amistad. Pipo, un gato muy curioso y travieso, había decidido que era hora de salir a buscar algo riquísimo para comer. A su lado estaban Rocco y Lía, dos perros muy amigos que siempre estaban dispuestos a acompañarlo en sus aventuras.

"¡Vamos a la casa de la dueña! Ahí siempre hay algo rico para comer", propuso Pipo con su voz melódica.

"¡Sí! Siempre nos deja algo en la mesa después de almorzar", ladró Rocco, moviendo la cola de emoción.

Lía, la perra más pequeña y juguetona, saltó de alegría.

"¡Tengo mucha hambre! “, exclamó, mientras su pancita hacía ruidos de hambre.

Así que los tres amigos partieron rumbo a la casa de su dueña. Sin embargo, en el camino, se encontraron con un enorme perro callejero llamado Bruno.

"¿A dónde van ustedes tres?", preguntó Bruno, mirando con curiosidad a los compañeros.

"Vamos a la casa de nuestra dueña, ¡tenemos mucha hambre!", respondió Lía.

"¿Y si me acompañan a buscar comida? Hay un montón de sobras en el parque".

Pipo miró a sus amigos. Sabía que no se debía hablar con extraños, pero la idea de una aventura por un tesoro comestible parecía tentadora.

"Podemos ir a mirar un momento, pero rápido porque no quiero que nuestra dueña se preocupe", dijo Pipo, con la voz un poco dudosa.

Rocco y Lía asintieron, y los cuatro se fueron juntos hacia el parque. Al llegar, descubrieron que Bruno tenía razón: había restos de comida en el suelo. Pero mientras se acercaban, un grupo de patos del parque empezó a graznar y a volar alrededor de ellos.

"¡Fuera de aquí!", gritó uno de los patos.

"No queremos problemas, solo buscamos un bocado para comer", dijo Rocco con actitud pacífica.

Los patos, asustados, se alejaron volando. Bruno miró a sus nuevos amigos y dijo:

"Vieron, ¡no fue difícil! Ahora pueden comer todo lo que quieran".

Sin embargo, Pipo observó a su alrededor y se dio cuenta que lo que había en el suelo no era comida fresca, sino sobras viejas que olían mal.

"No sé si esto es una buena idea, amigos. La comida no parece rica ni saludable", comentó, haciendo una mueca.

Lía, todavía con hambre, empezó a comer un poco, pero se dio cuenta que estaba muy dura y no le gustaba.

"Pipo tiene razón. No quiero comer eso", dijo, mientras se limpiaba la boca.

Rocco, que no se había atrevido aún a probarlo, observó lo que hacía su amiga.

"Mejor nos vamos a la casa de la dueña. Siempre hay algo rico en su comedor", propuso con convicción.

Así que los cuatro decidieron regresar rápidamente. Al llegar, la dueña los recibió con una gran sonrisa.

"¡Mis queridos amigos! ¡Tenía tanto hambre! Me alegra verlos", dijo mientras les servía comida fresca en sus platos.

"¡Gracias, dueña!", ladraron Rocco y Lía al unísono, mientras Pipo se acomodaba para disfrutar su comida favorita.

Cuando terminaron de comer, Bruno agradeció a los amigos por su compañía y decidió irse a explorar otros lugares. Pipo, Rocco y Lía se miraron y sonrieron.

"¿Vieron? A veces la mejor aventura está en casa, al lado de nuestros seres queridos", dijo Pipo, mientras lamía sus patas.

Y así, aprendieron que aunque la curiosidad puede llevar a lugares interesantes, la verdadera felicidad está en compartir momentos con quienes realmente se preocupan por nosotros. Desde aquel día, los tres amigos nunca olvidaron que siempre había comida rica y segura en casa, y que sus aventuras eran incluso mejor cuando estaban juntos.

FIN.

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