La Gran Aventura de Ulices y sus Hermanos



Débora, que había estado jugando con su muñeca, miró a su hermano con ansias de aventura.

"Y yo quiero ir a buscar flores para adornar nuestra casa. ¿Te gustaría venir, Ulices?"

"¡Claro! Pero primero haremos una parada en el parque y volamos tu cometa, Alexander, y luego buscamos flores. ¡Es un plan perfecto!".

Así, los tres hermanos se pusieron en marcha. Al llegar al parque, vieron a otros niños volando cometas de colores brillantes. Alexander tomó su cometa, que era de un hermoso azul celeste, y comenzó a correr.

"¡Mirá cómo vuela!" exclamó Ulices, lleno de entusiasmo.

Débora aplaudía emocionada mientras Alexander lograba que su cometa surcara el cielo.

Sin embargo, de repente, una fuerte ráfaga de viento sopló y la cometa de Alexander comenzó a perder altura.

"¡No! ¡Vuelve!" gritó Alexander, pero no pudo controlarla.

Ulices, viendo que su hermano estaba angustiado, tuvo una idea.

"¡Vamos a ayudarlo!" dijo.

"¿Cómo?" preguntó Débora, preocupada.

"Si todos corremos en la misma dirección, podríamos ayudar a que la vuelva a levantar. ¡Vamos!".

Los tres comenzaron a correr, empujados por el viento a favor, gritando y riendo mientras se acercaban a la cometa que danzaba en el aire.

Alexander se concentró y logró sujetar la cuerda nuevamente,

"¡Lo logré! ¡Lo logré!"

El viento se calmó y la cometa descendió lentamente. Ulices y Débora corrieron hacia él y lo abrazaron.

"¡Sos un genio, Ulices!" dijo Alexander, mirando a su hermano con admiración.

"Y ustedes son los mejores compañeros. Sin ustedes, no lo habría logrado" respondió Ulices con humildad.

Después de esa emocionante experiencia, decidieron seguir su camino hacia el campo, donde flores de todos los colores crecían en abundancia. Al llegar, Débora se iluminó al ver tantas flores, pero al acercarse, se dio cuenta de que muchas de ellas estaban un poco marchitas.

"¿Qué pasará con estas flores?" preguntó Débora.

"Tal vez necesitan un poco de agua y cariño" dijo Ulices, pensando en cómo podrían ayudar.

"¡Vamos a llevarlas a casa! Podemos cuidarlas y luego adornar el comedor con ellas" sugirió Alexander.

Así que los tres, con mucho amor, fueron eligiendo las flores que necesitaban más ayuda. Recogieron algunas que estaban marchitas pero aún eran bellas y las pusieron en una caja que encontraron cerca.

Cuando regresaron a casa, mamá María los recibió con una gran sonrisa.

"¿Y qué trajeron, chicos?" preguntó María al ver la caja llena de flores.

"¡Flores para cuidar y hacer que nuestra casa luzca hermosa!" dijo Débora con entusiasmo.

"Eso suena maravilloso, pero también deben saber que las flores necesitan agua y sol para vivir. ¿Tienen un plan?"

Ulices, por su parte, no dudó en responder:

"¡Sí! Podemos regarlas todos los días y hablarles para que crezcan bien, así están felices en nuestro hogar."

Así fue como Ulices, Alexander y Débora comenzaron su nuevo proyecto: el cuidado de las flores. Cada mañana, antes de salir a jugar, se turnaban para regarlas, charlar con ellas y asegurarse de que recibieran suficiente sol. Las flores empezaron a crecer y florecer de la manera más hermosa.

Un día, mientras jugaban en el jardín, vieron a sus vecinos admirando las flores.

"¡Qué hermosas!" dijo una vecina.

"¿Quién se las cuidó?" preguntó otro vecino, impresionado.

"Nosotros!" exclamó Débora, llena de orgullo.

La noticia de sus flores hermosas se esparció por el barrio, y pronto todos comenzaron a visitar la casa de Ulices para admirarlas. Aquello no solo les trajo alegría, sino que también les enseñó la importancia de cuidar de la naturaleza y trabajar en equipo.

Finalmente, un día, su mamá María les preparó una merienda especial para celebrar su esfuerzo y amor por las flores.

"Estoy muy orgullosa de ustedes, chicos. Han mostrado que con trabajo y cariño, se pueden lograr grandes cosas" dijo María, acariciando sus cabezas con ternura.

"Esta aventura fue genial. ¡Deberíamos seguir teniendo proyectos juntos, como un club familiar!" propuso Ulices.

Y así, Ulices, Alexander, Débora, y su mamá, María, formaron su propio club donde cada semana se proponían un nuevo proyecto: ya sea cuidar el jardín, hornear algo delicioso o ayudar a un vecino. Juntos, aprendieron que la verdadera aventura está en la unión y el amor entre hermanos y familia.

"¡Viva la aventura!" gritaron al unísono, con el rostro lleno de sonrisas y los corazones rebosantes de amor. Y así, cada día se convirtieron en mejores hermanos, mejores amigos, y en una familia unida que siempre estaba lista para nuevas historias y aventuras.

FIN.

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