La Gran Aventura del Colegio San Miguel



Era un día soleado en el colegio San Miguel, un lugar que antes había sido conocido por su alegría y compañerismo. Sin embargo, en los últimos meses, los estudiantes parecían haberse olvidado del valor de la amistad. Las peleas en el recreo, las burlas y las malas caras habían empezado a convertirse en la norma.

Un grupo de alumnos, entre ellos Tomás, Ana y Lucas, se sentaban en una esquina del patio, hablando de lo que había salido mal.

"No entiendo por qué todos están tan graciosos últimamente" - dijo Tomás, moviendo la cabeza con desdén.

"Es como si se hubieran olvidado de cómo jugar juntos" - añadió Ana, mirando a sus compañeros que jugaban en el otro extremo del patio.

"Creo que deberíamos hacer algo... algo que los haga recordar lo que es ser amigos" - sugirió Lucas con su tono entusiasta.

Los tres se miraron y de repente, les brillaron los ojos. ¿Qué tal si organizaban una gran aventura?

Al día siguiente, con la ayuda de su profesor de educación física, el señor Martín, decidieron armar una búsqueda del tesoro que los chicos no olvidarían. El señor Martín, emocionado por la idea, les ofreció su apoyo inmediato.

"¡Me encanta! Esto les dará la oportunidad de trabajar en equipo y resolver problemas" - dijo el profesor con una sonrisa.

Los días pasaron y los niños se pusieron manos a la obra organizando pistas y retos. Hablaron con todos sus compañeros y, al principio, muchos estaban escépticos.

"¿Una búsqueda del tesoro? No tengo ganas" - respondió Javier, uno de los alumnos más ruidosos del curso.

"Pero... podría ser divertido. Vamos, Javier, ¡no te lo pierdas!" - insistió Ana.

La emoción creció a medida que la fecha se acercaba, y pronto, todos los alumnos estaban ansiosos por participar. El día llegó y el colegio San Miguel se llenó de risas y gritos de alegría. Desde el momento en que se dio la señal de inicio, todo cambió. Los estudiantes se agruparon en equipos, cada uno con un mapa y una serie de enigmas que los llevaría a distintos rincones del colegio.

A medida que avanzaban, se dieron cuenta de que tenían que colaborar para resolver los acertijos. En una pista, debían armar un rompecabezas en el que aparecían imágenes de momentos felices del año anterior, lo que les recordó cuánto se habían divertido juntos alguna vez.

"¡Mirá! ¡Es de la excursión al zoológico!" - gritó Lucas.

"Sí, ¡y aquí estamos todos sonriendo!" - respondió Ana.

"No podemos dejar que eso sea solo un recuerdo, ¡debemos volver a ser amigos!"

Cuando terminaron de armar el rompecabezas, un nuevo enigma apareció en el reverso: "El verdadero tesoro no está al final, sino en los momentos que compartimos". Esto dejó a todos confundidos, aunque algunos comenzaron a entender el mensaje.

Finalmente, después de un sinfín de desafíos y risas, llegaron al último punto del recorrido. Todos estaban cansados pero felices. En el centro del patio, frente a un gran árbol, encontraron el cofre del tesoro. Cuando lo abrieron, no había joyas ni juguetes, sino cartas escritas por cada uno de ellos, en las que expresaban lo que significaba la amistad.

"¡Esto es increíble!" - exclamó Tomás al leer su carta.

"No podía imaginar que lo que más queríamos ya estaba aquí mismo, en nuestros corazones" - dijo Ana con emoción.

"Deberíamos hacer esto más seguido" - sugirió Lucas con una sonrisa.

Desde aquel día, el colegio San Miguel volvió a ser un lugar de risas y compañerismo. Los estudiantes aprendieron a valorar su amistad y a resolver sus diferencias con diálogo. Nunca olvidaron lo que habían descubierto: que el verdadero tesoro estaba en las experiencias compartidas y en la alegría de estar juntos. Y así, el espíritu de convivencia regresó al colegio San Miguel, donde todos aprendieron que ser amigos es la mayor aventura de todas.

FIN.

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