La Gran Batalla de Sam y el Gato Travieso
En un tranquilo barrio de Buenos Aires, vivía Sam, un perro salchicha muy juguetón y curioso. Sam era conocido por su gran amor a la comida, especialmente a los sabrosos huesos que le daba su dueña, la señora Rosa. Sin embargo, había un problema: un gato travieso llamado Miau, que siempre se las ingeniaba para robarle su comida.
Un día, mientras Sam disfrutaba de su hueso al sol, oyó un suave ruido detrás de él. Al darse vuelta, vio a Miau con su cola erguida y una sonrisa traviesa en su rostro.
- ¡Hola, Sam! - dijo Miau, mientras se acercaba sin que Sam lo notara.
- ¡No, no! ¡No vuelvas a robarme mi comida, gato! - exclamó Sam, levantándose y mostrando los colmillos, aunque en realidad era más un gesto de advertencia que de agresión.
Miau, sin inmutarse, respondió:
- Pero, Sam, tú siempre tienes la mejor comida. ¡Es tan difícil resistirse!
- Es mi comida y no comparto con gatos traviesos - replicó Sam, dándole un empujón con su hocico.
El gato, astuto como siempre, ideó un plan.
- ¡Escucha, Sam! ¿Qué te parece si competimos? Quien consiga más comida en un día, se queda con lo que le guste. ¿Te atreves?
Sam, que siempre había creído ser el más audaz de los dos, aceptó inmediatamente.
- ¡Desafío aceptado! - gritó Sam, echándose a correr, decidido a demostrarle a Miau que él también podía ser rápido.
La competencia comenzó. Sam corrió por el parque, buscando huesos que la señora Rosa escondía para él, mientras que Miau se trepaba a los árboles y saltaba sobre las cercas, buscando ratones de juguete que también disfrutaba. De repente, Sam vio algo brillante entre los arbustos. Era un gran hueso de res.
- ¡Sí! ¡Esto es mío! - exclamó Sam, y junto a él, Miau apareció casi como un rayo.
- ¡Eso se ve delicioso! - dijo Miau, intentando tomarlo.
- ¡No, no! ¡Es mío! - gritó Sam, mientras movía su cuerpo alrededor del hueso para protegerlo.
Tras un tira y afloja, Sam tuvo una idea. Recordando que Miau también tenía sus propios gustos, le ofreció un trato.
- Miau, si me dejas disfrutar de este hueso, compartamos un poco. ¿Te gustaría un poco de ese ratón de juguete que está en tu casa?
Miau parpadeó sorprendido, dándose cuenta de que, aunque siempre buscaba competir, a veces compartir podría ser más divertido.
- Bueno, Sam, no había pensado en eso. Si me dejas un poco, puedo darte un ratón. ¡Trato hecho!
Ambos se sonrieron y, junto con sus porciones de comida, comenzaron a jugar en el parque. Sam enseñó a Miau cómo excavar en busca de tesoros y, a su vez, Miau mostró a Sam cómo treparse a los árboles, algo que un perro salchicha normal nunca había intentado hacer.
Así pasaron la tarde, sentados en la sombra, compartiendo risas y bocaditos, y se dieron cuenta que competir no era tan divertido como disfrutar de buen tiempo juntos.
Desde aquel día, Sam y Miau no solo aprendieron que compartir era mejor, sino que también nacía una linda amistad entre un perro y un gato, algo que antes parecía imposible.
La señora Rosa observaba feliz desde su ventana, viendo cómo sus dos mascotas jugaban juntas, y sonrió pensando que no solo había ganado un gato travieso, sino también un amigo para Sam.
- ¡Nunca pensé que podría disfrutar con un gato! - dijo Sam con una sonrisa.
- ¡A mí tampoco! - contestó Miau.
Y así, Sam y Miau se convirtieron en los mejores amigos, compartiendo cada día nuevas aventuras, risas y, por supuesto, un poco de comida aquí y allá. Ambos aprendieron que la amistad supera cualquier rivalidad y que compartir siempre trae más felicidad.
Fin.
FIN.