La Gran Carrera de Cochecitos



Una mañana soleada, en un barrio lleno de risas y juegos, vivía un niño llamado Pablo. Tenía 6 años, pelo moreno y unos ojos grandes y marrones que brillaban de emoción cada vez que veía sus coches de juguete.

Pablo tenía una hermana menor, Lucía, que apenas tenía 3 años. Era un torbellino de alegría, con su pelo rubio que parecía un rayo de sol y sus ojos azules que reflejaban la curiosidad del mundo.

—¡Hola, Pablo! —gritó Lucía mientras corría hacia su hermano, sosteniendo un cochecito rojo que había encontrado.

—¡Hola, Lucía! —respondió Pablo, sonriendo—. Oye, ¿quieres jugar a la carrera de cochecitos?

Lucía saltó de alegría.

—¡Sí! ¡Quiero ganar!

Pablo y Lucía decidieron armar una pista en el patio. Usaron cajas, almohadas y hasta algunos libros para crear un circuito lleno de obstáculos.

Pablo eligió su coche de carrera azul, el más rápido que tenía, mientras Lucía eligió su cochecito rojo.

—¡Listos, preparados, ya! —gritó Pablo, lanzando su coche por la pista.

Los coches corrían veloces, zumbando por la pista improvisada.

—¡Mirá cómo acelera mi coche! —dijo Lucía, con los ojos desorbitados de emoción.

Pero de repente, su cochecito rojo dio un vuelco y se quedó atascado entre las almohadas.

—¡Ay, no! —se quejaba Lucía, decepcionada.

—No te preocupes, Lucía, —dijo Pablo, corriendo a ayudarla—. Puedo enseñarte a sacar el coche. Juntos podemos hacerlo.

Pablo, con cuidado, levantó la almohada y liberó el cochecito de su hermana.

—¡Gracias, Pablo! —exclamó Lucía, devolviéndole la sonrisa—. Vamos a intentarlo otra vez.

Listos una vez más, Pablo y Lucía comenzaron la carrera de nuevo. Esta vez, Lucía recordaba el consejo de su hermano y fue más cuidadosa en las curvas.

—¡Voy a alcanzar a tu coche! —dijo Lucía, llenándose de energía.

Cuando estaban a punto de llegar a la meta, un rayo de sol brilló sobre los coches, haciéndolos ver como verdaderos campeones.

—¡Vamos, Lucía, estás muy cerca! —gritó Pablo con entusiasmo.

Y al final, ¡Lucía cruzó la meta justo a su lado!

—¡Es un empate! —dijo Pablo, riendo. —Lo hicimos muy bien, ¿verdad?

—¡Sí! —respondió Lucía, feliz y con los brazos en alto—. ¡Fue la mejor carrera!

Pablo sonrió, sintiéndose orgulloso.

—Lo importante no es quién gana o pierde, sino que nos divirtamos jugando juntos.

Lucía asentía, entendiendo que lo más bello era el rato que compartieron. Al final del día, los dos hermanos se abrazaron, prometiéndose que seguirían jugando y apoyándose mutuamente, porque juntos eran un equipo invencible en cualquier juego.

Y así, en aquella soleada mañana, Pablo y Lucía aprendieron que la diversión y la amistad son lo que verdaderamente importa, y que siempre pueden contar el uno con el otro.

FIN.

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